"El Cine dejó de ser el entretenimiento de una clase que perdió su nombre"
La puesta en escena de lo que somos como tal y lo que deseamos trasmitir es lo que debe llamarse cine dominicano, elaborado con propuestas de contenido que reflejen nuestra forma de ver la vida en las múltiples facetas que componen nuestro universo social y cultural. Lo cierto es que en los años ochenta se veía mas cine que hoy en el país.
Aquellos cines de los barrios de la capital desaparecieron, pero también en las provincias, con la excepción de los que forman parte de las cadenas internacionales de distribución de películas que tiraron por la borda a cientos de pequeños empresarios exhibidores en salas de bajos presupuestos. Hoy es un monopolio mayúsculo lo que existe en este negocio.
La Ley de Cine debe regular las distribuidoras, debe contemplar además los beneficios deducidos por impuestos internos sobre rodajes extranjeros en el país y otros aspectos de esta industria. La Escuela de Artes y Ciencias cinematográficas de la UASD ha sobrevivido estoicamente durante treinta años con un pírrico presupuesto que depende del Departamento de Artes en la más antigua universidad del nuevo mundo y necesita un incentivo directo de esta ley.
Se necesita una ley que promueva la inversión de capital en el mercado cinematográfico dominicano, que ofrezca garantía en el marco regulatorio y establezca convenios de cooperación con las distribuidoras independientes en otros países del área.
La exhibición debe volver a los barrios y provincias de la mano del sector privado con asistencia del Estado como primer socio garante de la distribución, con derecho de asociación y comercialización como las cadenas mayoritarias que controlan el mercado de este entretenimiento en el país.
La puesta en escena de lo que somos como tal y lo que deseamos trasmitir es lo que debe llamarse cine dominicano, elaborado con propuestas de contenido que reflejen nuestra forma de ver la vida en las múltiples facetas que componen nuestro universo social y cultural. Lo cierto es que en los años ochenta se veía mas cine que hoy en el país.
Aquellos cines de los barrios de la capital desaparecieron, pero también en las provincias, con la excepción de los que forman parte de las cadenas internacionales de distribución de películas que tiraron por la borda a cientos de pequeños empresarios exhibidores en salas de bajos presupuestos. Hoy es un monopolio mayúsculo lo que existe en este negocio.
La Ley de Cine debe regular las distribuidoras, debe contemplar además los beneficios deducidos por impuestos internos sobre rodajes extranjeros en el país y otros aspectos de esta industria. La Escuela de Artes y Ciencias cinematográficas de la UASD ha sobrevivido estoicamente durante treinta años con un pírrico presupuesto que depende del Departamento de Artes en la más antigua universidad del nuevo mundo y necesita un incentivo directo de esta ley.
Se necesita una ley que promueva la inversión de capital en el mercado cinematográfico dominicano, que ofrezca garantía en el marco regulatorio y establezca convenios de cooperación con las distribuidoras independientes en otros países del área.
La exhibición debe volver a los barrios y provincias de la mano del sector privado con asistencia del Estado como primer socio garante de la distribución, con derecho de asociación y comercialización como las cadenas mayoritarias que controlan el mercado de este entretenimiento en el país.
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