Tras encabezar una de las peores gestiones presidenciales en toda la historia de Estados Unidos, y en vista de que tan solo le queda mes y medio en la Casa Blanca, George W. Bush, cariñosamente Dubya (*) para los estadounidenses, se ha dado a la tarea de defender y justificar algunas de sus acciones más memorables en una entrevista que concediera ayer a la cadena ABC.
En dicha entrevista Dubya admitió que no había armas de destrucción masiva en Irak -la excusa para entrarle como a la conga a ese país-, pero daña su momento de confesión al declarar que de todas formas fue lo correcto sacar a Saddam Hussein del medio.
La pregunta que se hace medio mundo: ¿cómo fue eso beneficioso? La guerra contra Irak tan solo ha dejado miles (¿o serán millones?) de muertos, cero paz y gastos masivos. De paso, dio al traste con una cultura milenaria y afectó negativamente aspectos tan importantes como la economía estadounidense, a la que prácticamente no se le prestó atención hasta que ya fue muy tarde.
Este es el legado de Dubya: un país semidestruido (Irak), engaños por montones (armas de destrucción masiva, pavo plástico y otras cosas más), dudas sobre el atentado del 11 de septiembre, una crisis financiera de proporciones mundiales, mala imagen externa de Estados Unidos y la confianza hecha pedazos. Sin duda, un panorama sombrío al que tendrá que hacer frente Obama cuando asuma la presidencia el próximo 20 de enero.
Suerte, y ojalá traiga el cambio prometido, pues lo que pasa en Estados Unidos raras veces se confina a ese país.
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(*) Dubya: en honor a los orígenes tejanos de Bush. Imita la forma en que un tejano pronunciaría la W.
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