La queja más común de quienes visitan Santiago es la falta de hoteles con el mínimo de condiciones para disfrutar de una estadía confortable. El más conocido de los hoteles de esta ciudad es el Gran Almirante, ubicado en la avenida Estrella Sadhalá e inaugurado en 1992. Desde el principio fue anunciado como el mejor hotel de Santiago.
Quizás por tratarse del hotel con las mejores instalaciones (hasta casino tiene), el Gran Almirante tiene los juegos pesados: la tarifa habitual de una habitación doble es 160 dólares + impuestos, lo que equivale a casi 7 mil pesos, según la tasa del dólar. Para una persona que apenas usará el hotel para dormir, no tiene sentido pagar todo ese dinero.
Claro está, el Gran Almirante no es el único hotel de Santiago. En la parte histórica hay al menos dos, el Aloha Sol y el Hodelpa Centro Plaza (antiguo Camino Real). Si bien ofrecen mejores tarifas, estos hoteles no son cómodos, y tienen mala distribución del espacio. En el Aloha Sol, por ejemplo, las habitaciones tienen pésima terminación, las ventanas son demasido pequeñas, la iluminación es pobre y los baños son maltrechos. El Matúm, otrora emblema de Santiago, estaba en condiciones deplorables la última vez que fui.
Pero donde botaron la bola con el mal diseño fue en el hotel Century Plaza, ubicado en la avenida Rafael Vidal, El Embrujo. La primera impresión es bastante buena: lobby amplio, con buena decoración, personal amable, una imponente escalera en hierro forjado, un restaurante acogedor. Todo muy limpio y bien iluminado. Pero las habitaciones son otra historia. Por querer aprovechar al máximo el espacio, las habitaciones son ridículamente pequeñas, parecen diseñadas para muñecas o modelos.
Las fotos lo dicen todo. El baño es diminuto, tanto que el lavamanos ocupa prácticamente todo el espacio. Para poder colocar la maleta y la ropa en el clóset era obligatorio sentarse en la cama, pues no hay espacio para hacerlo de otra manera. Estar en esta habitación fue una experiencia similar a la de Gulliver en el país de los enanos. La cama, diminuta como todo lo demás, rechinaba constantemente y el aire enfriaba demasiado (por el tamaño del cuarto), lo que impidió un descanso pleno.
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