En días pasados tuve una conversación con una señora de origen puertorriqueño, quien me expresó su preocupación por el gran desorden que vive la República Dominicana en estos momentos. Sin lugar a dudas, mi interlocutora expuso un punto muy interesante y certero: estamos dejando que nos arropen la informalidad y la desidia. Si no lo cree así, eche un vistazo a su alrededor: dejamos que la comunidad internacional nos pisotee, el país está cada vez más haitianizado, hay una falta de respeto generalizada hacia los símbolos patrios, los modales se pierden progresivamente y la educación, ya sea pública o privada, deja mucho que desear. Ciertamente, ¿Qué nos pasa? Queremos progreso y desarrollo, pero poco hacemos para cumplir esta meta. Pretendemos que el Gobierno arregle todos los problemas, pero cuando construye una obra, en vez de cuidarla, la maltratamos. La delincuencia nos arropa, pero, ¿quién es el culpable? Se puede señalar el dedo en varias direcciones, pero no solucionamos nada con