Dice un viejo refrán que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, y vaya si la pegó quien fuera que acuñara la frase. En esta época de engaños sofisticados, donde se ha convertido en una norma casi mundial el vivir del allante, con la ayuda siempre fiel de las redes sociales, es fácil perdernos en un mundo de fantasías que tan vacío como frívolo. Que la gente de esta época se deje llevar de influencers vacuos y pretenda autoengañarse al someterse a 700 cirugías y procedimientos estéticos que tan solo entierran aquello que se ha querido negar desde el principio, es un derecho que compete a cada cual. Vamos por las calles y vemos gente literalmente disfrazada, irreconocible, pero que juran que se ven bien porque algún influencer de última les lavó el cerebro y les convenció de que ese es el camino a seguir. También vemos gente tarareando canciones con letras impronunciables, ya sea porque están en otro idioma, porque no se entienden o porque son increiblemente sucias, sin dete
Reflexiones acerca de la existencia humana y de cómo la misma gente puede hacer la diferencia. Contenido original.