Dice un viejo refrán que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, y vaya si la pegó quien fuera que acuñara la frase.
En esta época de engaños sofisticados, donde se ha convertido en una norma casi mundial el vivir del allante, con la ayuda siempre fiel de las redes sociales, es fácil perdernos en un mundo de fantasías que tan vacío como frívolo.
Que la gente de esta época se deje llevar de influencers vacuos y pretenda autoengañarse al someterse a 700 cirugías y procedimientos estéticos que tan solo entierran aquello que se ha querido negar desde el principio, es un derecho que compete a cada cual.
Vamos por las calles y vemos gente literalmente disfrazada, irreconocible, pero que juran que se ven bien porque algún influencer de última les lavó el cerebro y les convenció de que ese es el camino a seguir.
También vemos gente tarareando canciones con letras impronunciables, ya sea porque están en otro idioma, porque no se entienden o porque son increiblemente sucias, sin detenerse a pensar en lo que están haciendo, porque eso es lo que está de moda.
Podemos catalogar esta época enrarecida en que vivimos como una sola propaganda gigantesca, de proporciones mundiales, donde todo y todos somos productos comerciales para explotar y aprovechar de diversas maneras.
Este es el mundo creado por dos o tres gigantes tecnológicos y replicado por los millones de minions que ciegamente siguen los comandos de un puñado de gente señalada como influencer, no se sabe con qué fines.
Y está bien. Esa es la realidad que vivimos, y a mucha gente le gusta, pero hay un problema: los gobiernos del mundo también se están montando en esa ola y, de repente, todo es una enorme propaganda o, peor, un experimento social si hay malas reacciones.
Ahora las decisiones se toman según el nivel de populismo que se pueda alcanzar. Se tiran "bolas" de verdades incómodas para ver cómo reacciona la gente, y si la cosa es adversa, pues se desmiente de manera propagandística.
Cosas básicas, algunas de ellas sin ninguna importancia real, se anuncian de manera grandiosa porque así es más efectiva la propaganda. Mucho bombo por aquí, mucho brillo por allí, y al final nada, todo vacío y sin sustancia.
Funcionarios que mienten a la clara y que no resisten el mínimo escrutinio, solo para ser rescatados por más propaganda antes de que la gente reaccione y despierte del sueño ilusorio en que han sido embobados por vía de propaganda tan efectiva que hace las veces de lavado de cerebro.
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