Foto: Flickr (Sachin Tomar's)
Hace falta la descentralización de los gobiernos, de los partidos, de los sindicatos y un largo etcétera. Asimismo, hace falta el apoderamiento de los incumbentes en sus mandos intermedios. En los únicos casos donde se advierte una distribución del poder es en los cuerpos armados del país. Sólo ahí se siente que las direcciones de mandos hacen su trabajo, aunque con las carencias y limitaciones que conocemos.
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En la administración pública se dan dos fenómenos: uno en el que el ministro parece hacerlo todo mientras sus asistentes no les queda de otra que no sea ver y callar. El otro caso es el de aquellos ministros que todo el trabajo lo pasan a sus asistentes y directores departamentales, y solo aparecen a presentar los resultados del esfuerzo de otros que nunca reciben ni mención siquiera.
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Si queremos avanzar en la construcción de un país más humano, con menos niveles de violencia y criminalidad, debemos iniciar el gran cambio del siglo, formando células multiplicadoras del trabajo segmentado en cada sector en todo el país, de manera tal que cada ciudadano sienta el compromiso de contribuir al bienestar colectivo de su entorno y a la vez reciba el apoyo de las autoridades del municipio y los máximos representantes de las organizaciones de base locales.
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No es un problema de Estado, aunque si es un compromiso de Estado propiciar un clima de convivencia y armonía entre los habitantes en las comunidades de todo el territorio nacional. En el centro de los barrios con mayores niveles de violencia, son los propios integrantes de esas comunidades los que se hacen infractores de la ley y el orden, y eso es producto de la falta de un liderazgo local que cohesione a la colectividad y la conduzca por mejores caminos.
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