Las guaguas voladoras son una verdadera amenaza para los demás conductores. Se cruzan en rojo, doblan desde cualquier sitio, frenan de golpe, se meten donde no hay espacio, y, sobre todo, andan efectivamente volando.
¿Cómo es posible que una de estas guaguas se meta en una intersección sin mirar, poniendo en riesgo al resto de los vehículos que por ahí circulan? Peor aún es cuando lo hacen ante la mirada indiferente de los agentes de la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET), quienes se quedan de brazos cruzados, quizás cumpliendo con su parte del acuerdo que favorece a los choferes de concho.
Muchos han sido los accidentes provocados por los animales que están al volante de estas voladoras. Justo ayer fui víctima de una de estas guaguas, con el resultado de que ahora tengo que cambiar el estribo derecho del carro, que resultó seriamente dañado cuando me pegué de una jardinera al ras del contén para evitar un impacto total. Como la guagua siguió su camino, no tengo a quien reclamarle.
La población está harta de ser víctima de estos choferes de transporte público, quienes defenitivamente se comportan como si fueran los dueños del país. Entre rebajas pírricas al combustible, contaminación que va en aumento, apagones que no cesan y un tránsito cada vez más difícil de enfrentar, uno se pregunta hasta cuando viviremos en el desorden.
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