Apagones y modernidad son dos ideas incompatibles en este mundo globalizado, y, sin embargo, es la realidad del día a día dominicano. De nada sirve tener a mano computadoras, internet, televisión digital y otros equipos y tecnologías propias de esta era si no hay energía eléctrica para hacerlas funcionar.
En pleno siglo 21 los dominicanos, al menos quienes podemos, nos vemos en la obligación de convivir con inversores o plantas en nuestras casas, exponiéndonos a los peligros asociados: contaminación por plomo, ruidos excesivos y, sobre todo en el caso de las plantas, explosiones por mal manejo.
Aquellos que no tienen los medios para comprar plantas o inversores recurren al uso de velas para alumbrarse en las noches, causantes de muchos incendios fatales a lo largo de casi 40 años de apagones. Otros usan linternas y otros sencillamente se adaptan a la oscuridad imperante. Raro es que el pueblo dominicano no haya desarrollado vista nocturna super potente por exposición prolongada a la penumbra.
Sin luz no hay progreso, mil veces se ha demostrado esa realidad. Al tiempo que somos castigados con los injustos apagones financieros, tratamos de sacar sentido al lío que representa la energía eléctrica en este país. Se habla de subisidios a los pobres, de las "edes" y del odioso Acuerdo de Madrid, que al parecer es el verdadero meollo del asunto. Pero el origen de la actual situación se remonta a la privatización de lo que en algún momento se llamó Corporación Dominicana de Electricidad (CDE).
Estos son los datos que conocemos. El resto es una complicada madeja. ¿Hasta cuándo?
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(*) En las imágenes: calle Moisés García, Gazcue, durante el apagón de anoche.
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