Con tapones infernales, basura por doquier, bestias al volante, aceras rotas y áreas verdes prácticamente inexistentes, Santo Domingo es lo que se llama una ciudad imposible. Una ciudad donde es imposible recrear la vista, donde llegar a tiempo es una hazaña, donde los parques en buenas condiciones son un lujo escaso, donde estatuas y monumentos están en el abandono.
Gomeros improvisados en cualquier esquina, filtrantes sin tapa (porque algún gracioso se la robó), vendedores ambulantes que queman la grama con su incesante caminar, calles oscuras por las noches, carencia de contenedores para basura y una falta de educación generalizada hacen de Santo Domingo unas de las ciudades más sucias, incómodas y desagradables a la vista de toda Latinoamérica.
Es increíble que República Dominicana pretenda vivir del turismo cuando su capital, que cuenta con varios atractivos, entre ellos la Zona Colonial, la avenida del Puerto, el Malecón y algunos museos, no cuenta con el mínimo de mantenimiento.
En una ciudad donde la dejadez de las autoridades está a la orden del día, y donde a nadie le importa nada, es un riesgo visitar lugares como el zoológico, el Acuario Nacional, el parque Los Tres Ojos, el Faro a Colón o las cuevas del Mirador Sur, pues lo más probable es que las instalaciones estén tan deterioradas que se le amargue el día al visitante.
Es muy común que el dominicano diga que este es el mejor país del mundo, y que no lo cambia por otro. A la verdad, estoy de acuerdo con eso, pero la realidad es que si seguimos por este camino, pronto cambiaremos de opinión. Da vergüenza que Santo Domingo, considerada en algún momento una de las ciudades más limpias de América, hoy esté sucia y ruinosa.
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