En menos de dos semanas han salido tres noticias perturbadoras que tienen un elemento en común: jóvenes que se rebelan ante figuras de autoridad que de alguna forma u otra trataron de imponer el orden y la disciplina.
Primero fue un hijo del diputado Rafael Molina Lluberes, quien se suicidó el 15 de noviembre en la casa familiar de Lomas Lindas después de que su padre le llamara la atención por algo. No se tienen detalles de qué cosa le corrigieron, lo cierto es que el joven se pegó un tiro, y el resto es historia.
Una semana después de este evento, sale la noticia de la estudiante de Hato Mayor que envenenó a su profesora al echarle "plomerito" a su jugo, esto con la intención de seguir "brillando" por los pasillos y dedicarse a cualquier cosa, menos a estudiar. Mientras la profesora se recupera del ataque, la estudiante, que ha tenido una vida traumática, según reportes, fue enviada a la cárcel de menores de Najayo.
Como si ya no fuera suficiente espanto con estos dos casos, Hato Mayor fue ayer el escenario de otro intento de envenenamiento, esta vez perpetrado por una niña de once años contra su padre y su hermana. ¿El motivo? Que el padre le llamó la atención por su mal comportamiento en la escuela.
¿Qué está pasando aquí? ¿Quiere decir que ahora los padres/maestros/supervisores tienen que aceptar que los jóvenes hagan lo que les venga en gana? Pues, claro que no.
Estos casos son perturbadores en extremo, y, como era de esperarse, muchos son los factores que intervienen. Por un lado, la gente hoy está muy mal influenciada por música vulgar, programas rastreros en radio y televisión y figuras artísticas que mandan el mensaje equivocado. A esto hay que añadir la falta de educación hogareña, la desaparición de "Moral y Cívica" de los curriculums educativos , el mal ejemplo que dan otros compañeritos de aula, la falta de actividades recreativas sanas.
Por eso es que dicen que estamos perdidos.
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