Mucho se ha hablado de la actual crisis financiera y económica que mantiene al mundo en vilo. Desde Estados Unidos hasta las remotas islas Seychelles, considerada hoy la nación más endeudada en términos proporcionales, la actual crisis ha tenido su impacto en la forma de desempleo, inflación, pérdidas de capital y caídas estrepitosas en bolsas de valores.
Al hablar de esta crisis se menciona siempre a los Estados Unidos como el lugar de origen de la misma, ubicándose su génesis en la laxitud que llegó a caracterizar al mercado inmobiliario, un mercado donde la gente cogía préstamos hipotecarios alegremente, muchas veces sin reunir el mínimo de condiciones. Casas y solares se vendían como pan caliente a pesar de tener precios exagerados gracias a la existencia de préstamos fáciles y a tasas bajas.
Todos sabemos que esta burbuja finalmente estalló, dejando a miles de personas varadas con unos préstamos cuyos intereses subían sin cesar, imposibilitando el pago correspondiente y trayendo consecuencias lamentables. Pero la crisis no paró ahí, ella se diseminó por todas partes.
¿Se le puede realmente echar la culpa al mercado inmobiliario estadounidense por esta crisis? Independientemente de lo que digan, la respuesta es no. La cosa es mucho más profunda en realidad, y para entenderla debemos remontarnos a las escuelas de negocios más prominentes del mundo.
Cualquier persona que esté familiarizada con el tema de las finanzas sabe que en esas escuelas se aboga siempre por el modelo de mercado libre por aquello de que el mercado se regula por su cuenta. Para hacer la idea de autonomía más atractiva, se insiste en que las bolsas de valores benefician al sistema porque si al menos una persona genera ganancias por esta vía, la totalidad del mercado se beneficia igual. Y como la idea es generar ganancias, estas escuelas de negocios se concentran en enseñar las mil y una formas de maximizar el capital, las acciones, los dividendos y demás conceptos asociados.
La consecuencia es una serie de ejecutivos del tipo Kenneth Lay, el de Enron, que mediante contabilidad paralela, maquillaje y otras artimañas aparentemente legales logran su propósito, aún sea por un tiempo limitado. Cuando las cosas se salen de control, vienen las debacles, como le pasó a Enron y otras grandes compañías estadounidenses en 2002, el año de los escándalos corporativos. Esto que estamos viendo hoy es consecuencia de lo mismo.
Cuanta razón tuvo el presidente brasileño Lula al decir que esta crisis fue creada por gente blanca y de ojos azules.
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