No puedo creer, no quiero creer, que la tierra alta es tan rica que no sabe cuanto debe, que no cree lo que ve.
Como poesía visual, la palabra espejea entre nubes polvoreamientos de un futuro desolado como tiempo en que el suelo pare y lo aparta de su lado.
Como paz, como guerra, como faro, como estrella, como norte, como vela, como sombra veo los muertos detrás de la hoguera, los muertos de la tierra, heridos que la espera hoy los hizo muertos; los esclavos del dolor, los dueños de la pena.
Ahí los veo a todos juntos, bajando y subiendo de provincias cercanas, de valles y montañas, buscando vida entre sus muertos, los veo llegar de todos lados y sin rumbo caminando de Puerto Principe a Jacmel y de Carrefour a Petionville caminando por las calles, rebuscando en los escombros.
Con sus rostros tapados como allá en Luvina, veo bajar y subir sus sueños.
Como poesía visual, la palabra espejea entre nubes polvoreamientos de un futuro desolado como tiempo en que el suelo pare y lo aparta de su lado.
Como paz, como guerra, como faro, como estrella, como norte, como vela, como sombra veo los muertos detrás de la hoguera, los muertos de la tierra, heridos que la espera hoy los hizo muertos; los esclavos del dolor, los dueños de la pena.
Ahí los veo a todos juntos, bajando y subiendo de provincias cercanas, de valles y montañas, buscando vida entre sus muertos, los veo llegar de todos lados y sin rumbo caminando de Puerto Principe a Jacmel y de Carrefour a Petionville caminando por las calles, rebuscando en los escombros.
Con sus rostros tapados como allá en Luvina, veo bajar y subir sus sueños.
Foto: Reuters
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