A la gente no hay quien la entienda, pues con mucha frecuencia dicen una cosa y hacen una totalmente opuesta. A la gente le dan consejos, pero raras veces se lleva de los mismos. Sólo cuando se enferman o se meten en graves problemas se acuerdan de esos consejos, deseando haberse llevado de los mismos cuando ya es tarde.
Hay gente que se pasa la mayor parte de su vida quejándose de lo mismo, pero entonces no le busca remedio. Es lo que aplica a gente inconforme con su aspecto físico, con su vida social y otros aspectos que aunque privados los hacen públicos porque necesitan desahogarse y la mejor manera es quejándose con alguien que esté dispuesto a escuchar.
Todo el mundo cuenta con una persona que le sirve de soporte para esos momentos. Puede ser la hermana, la mamá, el papá, un primo, un tío, la pareja o un amigo incondicional, de esos que siempre dan la cara y que no aparecen con tanta facilidad. Generalmente estas personas son tolerantes y dan consejos bien intencionados en base a lo que ven desde fuera, que es por lo general más que lo que se ve desde adentro. El problema viene cuando a pesar de ello se llevan a cabo acciones que tienden a tener el mismo resultado de siempre y que son el motivo de la queja permanente.
Es mucha la gente que se desencanta cuando ve que ha perdido su tiempo escuchando y aconsejando a una persona que por terquedad, comodidad o irracionalidad vuelve sobre sus pasos anteriores y se mete en situaciones que resultan demasiado parecidas a situaciones pasadas que tuvieron un desenlace desagradable. Ahí aplica aquello de que le gusta un can, sin duda.
A la gente no hay quien la entienda, sobre todo cuando presenta excusas para no hacer una cosa y después resulta que hacen cosas que contradicen esa excusa. Eso no hay quien lo entienda.
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