Ser muy cómodo tiene sus ventajas y desventajas, según las circunstancias. Hay gente que da la impresión de haber nacido para no pasar trabajo. Son personas que se salen con la suya en todo, ya sea en la casa, en el trabajo o en el centro de estudios, lugares donde son incapaces de mover un dedo a menos que sea una cosa verdaderamente extrema.
Si bien esta forma les beneficia enormemente, pues para nada tienen que fajarse, a veces esa comodidad les sale cara. Un caso común es aquella persona que ha sido apuntada en un puesto delicado que requiere se supervisar y mantener el control sobre otras áreas. Normalmente una persona cómoda busca el apoyo de otra (u otras, todo depende) que tiene la cualidad contraria y que garantiza siempre resultados óptimos.
Por un tiempo, las cosas funcionan de maravilla, hasta que un día la persona cómoda pone a su apoyo en posición incómoda. También puede pasar que el apoyo del cómodo se de cuenta del jueguito. En ambos casos sobreviene un disgusto que termina por alejar al apoyo de la persona cómoda, quien inevitablemente tendrá que responder a la situación, tal como lo determina su cargo. Sólo ahí quedan en evidencia las deficiencias de esa persona cómoda, y dependiendo del tipo de institución, puede ser que haya un cambio.
La gente cómoda corre el riesgo de que situaciones inofensivas se salgan de control precisamente por no ejercer su poder como debe hacerlo y estarse arrimando de otros que son quienes cargan con las consecuencias de esa falta de mando que viene desde arriba. Suele suceder que estos personajes parecen más figura decorativa que otra cosa, y eso queda en claro cuando surgen crisis o cuando se ve en la necesidad de tomar rápidamente el control de algo.
Víctimas de la gente cómoda son muchas. Quizás usted forme parte de ese conglomerado y no se haya dado cuenta.
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