Foto: compete pulse
Perder el tiempo. A nadie le gusta, pero lo cierto es que el tiempo se desperdicia con una facilidad asombrosa, y al final del día tan solo quedan el lamento y el deseo de haber aprovechado mejor las horas.
Ahora bien, ¿cómo se desperdicia el tiempo? Por un lado, están las distracciones, que para cada cual son distintas. Hay gente a la que se le dificulta concentrarse cuando hay una chercha en movimiento. Otros se dejan llevar fácilmente por el atractivo del blackberry, el facebook y el messenger. Sin embargo, en el ámbito laboral, no hay una cosa que haga perder más tiempo que una reunión, y eso no es cuento.
Los inconvenientes que supone una reunión son muchos y variados. Para empezar, implica la mayoría de las veces acudir a un punto previamente acordado que puede estar dentro o fuera de la institución donde se labora. Lo segundo, hay que esperar a que todos los convocados lleguen, y esa espera puede prolongarse según varios factores y durar hasta una hora o más. Por último, una reunión no tiene el mismo nivel de relevancia para todos sus participantes. Se dan casos de reuniones muy extensas donde el punto central de debate solo incumbe a unos pocos. Mientras sucede esto, el resto está deseando que se acabe pronto la cuestión para proseguir con sus tareas.
Otra fuente importante de tiempo desperdiciado: los tapones. No solo impiden llegar a tiempo a los lugares, sino que a veces dan al traste con planes específicos e incluso retrasan las actividades de terceros según la hora y las circunstancias.
Entonces, entre tapones, distracciones, reuniones y demás eventos, no es de extrañar que al final del día, justo a la hora de ir a dormir, reflexionemos acerca de todo ese tiempo desperdiciado y de cómo el tiempo real y efectivamente no da para hacer nada.
La paradoja de todo esto es que supuestamente el tiempo como tal no existe, que se trata de un invento meramente humano, aunque Einstein luego se encargó de demostrar que el espacio no existe independiente del tiempo.
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