Responsabilidad, ética y respeto son tres cualidades deseables en cualquier empleado. Lamentablemente hay una queja generalizada de que este tipo de trabajador ya no aparece: en la medida en que los valores tradicionales han ido desapareciendo ha ocurrido lo mismo con la esencia de la condición humana. Si bien es cierto que la envidia, el robo, la irresponsabilidad y la avaricia existen desde hace tiempo, muchos van a coincidir en que las cosas han cambiado para peor.
Hay la percepción generalizada de que mientras más joven una persona menos responsable es. Esto se refleja cada vez que un joven de entre 19 y 25 años aplica para un trabajo: es muy difícil que entre otros candidatos de más edad -y presumiblemente más experiencia- un empleador se decida por aquel que es más joven. Sin embargo, el sentido de responsabilidad no es algo directamente relacionado con la edad, sino que es una característica de la personalidad que incluso puede verse afectada por varios factores. Lo que si va con la edad es la madurez, y hasta esto es relativo.
Cuando un joven de estos finalmente consigue trabajo, generalmente después de muchos intentos, debería hacer lo posible por demostrar que está más que calificado para hacer aquello para lo que le contrataron, ¿no es así? Por desgracia, no siempre se da este caso, y en vez de eso demuestran la inmadurez que el empleador temió al principio. Le llaman la atención, lo amonestan y le hacen una advertencia. Si vuelve a fallar, queda fuera de la empresa. En algunos casos esto funciona, en otros no.
¿Qué hay de esas situaciones en que un jefe/supervisor/encargado no tiene la potestad de cancelar gente? Este es un tremendo problema donde el resto de la oficina paga las consecuencias, ya que otros tienen que cubrir las faltas de ese empleado irresponsable e irreflexivo que tan solo quiere pasarse el día hablando por teléfono, escuchando música o bajando películas. Lo peor del caso es que cuando llega el momento de la evaluación, ese empleado en particular se queja amargamente de la puntuación final y se defiende con excusas que no resisten pruebas.
¡Qué paradoja! El tipo de empleado que no está en sintonía con su trabajo, ese al que las cosas le entran por un oído y le salen por el otro, constituye una amenaza en más de un sentido. No solo se trata de una persona poco fiable, sino que tiene el potencial de afectar negativamente el desempeño del resto de la fuerza laboral, más aún cuando se nota que la dirección superior nada hace para castigar lo que sin dudas califica de desempeño pobre y/o mediocre. Lo mejor es sacarlos de circulación, pero a veces no se puede, por razones que son muy variadas y que tienen que ver con el tipo de empresa y/o institución.
¿Lo peor? Que este tipo de gente envejece con sus malas costumbres si alguien no les enseña una valiosa lección en algún punto de su vida.
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