La convivencia en edificios se dificulta con la existencia de vecinos que poco o nada aportan, y que encima viven en eterno conflicto con sus contrapartes más productivas. Para estas personas, su comodidad es lo primero, y cuando la misma se ve afectada, les coge con llamar a quien ellos entienden es el responsable de sus desgracias.
En días recientes pasó algo de esto donde vivo, un residencial que actualmente no cuenta con una administración formal en vista de que han pasado al menos 7 administraciones distintas y cada una fue peor que la anterior. En consecuencia, los propios condómines se encargan de mandar a pagar luz y agua, pagar al conserje y coordinar trabajos de mantenimiento, todo esto mediante el pago de cuotas regulares y extraordinarias.
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En circunstancias como estas, todos los residentes del edificio son responsables de lo que allí suceda, pero siempre aparecen dos o tres que se arriman de los más eficientes. Es absurdo que una doña llame a uno de sus vecinos para reclamarle porque no tiene agua. Es igualmente absurdo que otra doña mande a sacar a un grupo de personas que están haciendo un trabajo contratado por el edificio dizque porque están haciendo demasiado ruido. Más ridículo aún es querer entrar en conflicto con vecinos cuyo único delito es resolver aquello en lo que raras veces se meten los otros.
Todos quieren que el edificio esté limpio y pintadito, pero pocos ponen de su parte. Todos quieren que las cosas funcionen, que la jadinería esté bonita, que haya agua permanente, pero casi ninguno da seguimiento a estas cosas. Cuando algo falla, automáticamente se quejan con el vecino que más ha sacado la cabeza, como si este fuera un empleado del edificio. Grave error, además de denotar una tremenda falta de sentido común, el menos común de los sentidos.
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