Cosas que no se entienden: un buen día alguien decide poner un restaurante. Para cumplir su sueño, se busca un local de buen tamaño ubicado en un sitio estratégico de la ciudad. Lo decora en un estilo diferente, vanguardista, con colores armoniosos. Es una oda a la caña de azúcar, el ron y el Caribe.
Hasta aquí, vamos bien: el lugar es cómodo, espacioso y el ambiente es exquisito. Pero... en comida está en cero. Me pregunto, ¿a quién se le ocurre abrir un restaurante/bar con solo 15 platos en el menú? Si tomamos en cuenta que de esos hay cinco que son de postres, el número baja a 10. Dos tipos de ensalada, dos tipos de pasta, algunas entradas y algo de carne y pescado completan el resto del menú.
A todo esto, antes de usted tomar asiento, le advierte el personal que esto es "solo de introducción", que el menú definitivo no ha salido. Incluso le aseguran que harán todo por complacerle si decide quedarse a probar. Pero en la práctica, nada de nada. Al parecer el chef es muy sensible y no acepta/tolera variaciones a sus creaciones.
Ya en este punto, los comensales están algo incómodos, pero la cosa no para ahí. Para rematar, se pidió una de las únicas dos ensaladas que ofrecen en este sitio, y nos informaron que lamentablemente se agotó. Esto es imperdonable, más si tomamos en cuenta que la susodicha ensalada era a base de berro y tomate, ingredientes que aparecen en cualquier parte. Como era de esperarse, la velada no terminó muy bien que digamos.
¿El punto de este escrito? Creo que es hora de que los dominicanos aprendamos que poner un restaurante no es un juego ni un experimento. En este país tienen la manía abrir establecimientos sin siquiera estar mínimanente preparados, dizque para ver cómo sale el experimento. Lo que al parecer ignoran los ilustres dueños de estos lugares es que la primera impresión es la que vale.
Con una cocina incompleta y personal mal entrenado, es difícil lograr una buena impresión.
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