El 28 de abril de 1965, Estados Unidos invadió a la República Dominicana por segunda vez en su historia, esta vez bajo el pretexto de preservar la paz y evitar la imposición del comunismo a raíz de la revolución iniciada tres días atrás en exigencia de la reposición del gobierno de Bosch, derrocado en 1963, y la constitución de ese año.
Sea por la experiencia de la invasión de 1916, que se extendió hasta 1924 y tuvo su origen en el mal manejo de las finanzas públicas, o por la sospechada participación de Estados Unidos en el golpe de estado a Juan Bosch en septiembre de 1963 (dato confirmado recientemente por la CIA), los dominicanos no estuvieron dispuestos a aguantar la humillación por segunda vez.
Tras meses de tensión, y luego que el doctor Joaquín Balaguer asumiera la presidencia el 1º de junio de 1966 tras las elecciones celebradas ese mismo año, las tropas estadounidenses se retiraron de territorio dominicano el 21 de septiembre de ese mismo año.
43 años han pasado desde ese 28 de abril, y desde la retirada de tropas en 1966, Estados Unidos no ha intentado otra invasión contra la RD. Sin embargo, las secuelas de su reiterada injerencia en asuntos nacionales quedan latentes, y son evidentes a lo largo de nuestra historia. Desde 1905, cuando el entonces presidente Carlos Morales Languasco otorgó el control de las aduanas al gobierno estadounidense, pasando por el apoyo casi incondicional (y que luego retiró) al régimen trujillista y llegando hasta crisis política de 1990, Estados Unidos ha estado en todo.
A pesar de sus reiterados fracasos en Cuba, República Dominicana, Vietnam, Somalia, Afganistán, Irak y otros países en los que ha intervenido sin nadie llamarle, Estados Unidos no baja la guardia, es como si sus dirigentes no hubiesen aprendido la lección de que es mejor dejar que cada país resuelva sus asuntos internos.
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