Pasado y presente. De alguna forma u otra se entrelazan, y siempre el presente (lo mismo que el futuro) estará influenciado por el pasado. Sin embargo, hay que entender una cosa: lo que pasó, pasó. Contrario a lo que muchos quieren pretender, las cosas no se quedan estáticas en el tiempo, sino que evolucionan. Los pensamientos, la actitud, las circunstancias y la propia gente evolucionan con el paso del tiempo. Esto puede verse con las modas, la música, el entretenimiento, las costumbres y un largo etcétera.
Hay gente que no logra captar esta idea de que las cosas evolucionan y que hay una necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos. Esto se ha visto en grandes compañías que se quedan rezagadas y que luego se ven la obligación de relanzarse a todos los niveles. Dependiendo del tipo de compañía y el mercado donde compite, estos esfuerzos pueden dar resultados satisfactorios, pero también ocurre que esos esfuerzos fueron tardíos y no tuvieron el impacto esperado.
Así como pasa a nivel corporativo, pasa a nivel personal, ya sea entre familiares, parejas o amigos. La gente cambia. Las circunstancias cambian. La forma de pensar cambia. Las necesidades cambian. A veces estos cambios ocurren y no nos damos cuenta. A veces nos tiran puntas sutiles que apuntan a esos cambios, y como quiera no nos damos cuenta. Entonces, cuando ya la situación no aguanta más, vienen revelaciones que a veces tienen un impacto brutal porque no se estaban esperando, o al menos eso es lo que queremos pensar. Pero, a decir verdad, la evidencia del cambio estuvo ahí todo el tiempo, enfrente de nuestras narices.
Si esto es así, ¿por qué tiende la gente a no tomar acción a tiempo? La respuesta es sencilla: porque a la gente no le gusta el cambio. Porque es más cómodo dejar las cosas como están, y más cómodo aún pretender que todo está bien cuando no lo está. Esto es naturaleza humana, y nada más.
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