Ah, las quejas. Situaciones personales, laborales y el propio día a día son capaces de generar múltiples quejas en una persona. Hay quienes optan por tragarse sus quejas, pretendiendo que todo está bien, pero al mismo tiempo almacenando toda esa frustración y otras malas sensaciones que suelen acompañar las quejas. Otros tienen el hábito de quejarse rutinariamente de todo y de todos, a un nivel que termina ahuyentando a quienes le rodean.
¿Es malo quejarse? Todo depende. No es bueno quedarse con las quejas adentro, pues tarde o temprano se estalla, pero tampoco es recomendable convertir la vida en una sola queja. Lo mejor es ventilar esos sentimientos, ya sea escribiendo o hablando con alguna persona de confianza, de preferencia una persona comprensiva y capaz de dar buenos consejos. Sin embargo, hay que tener cuidado con la forma en que esas quejas se expresan.
Cuando una persona ha tenido un mal día, a menudo el desahogo recae sobre alguien que nada tiene que ver con el motivo de las frustraciones que mantienen a la persona en estado de ahogo. Entonces, se grita, se abusa verbalmente, se tiran cosas al piso, y si bien hay una mejora momentánea, el sentimiento de culpa no tarda en llegar.
¿Cuál es la mejor forma de lidiar con las quejas? Una vez se ha identificado el motivo de las quejas, lo más sensato es analizar la situación, separar los hechos reales de los supuestos, si es que los hay, y después mirar las cosas de una forma objetiva. De nada sirve quejarse si no se hace el esfuerzo por superar aquellas situaciones que generan las quejas. Puede ser que la respuesta yazca en un cambio de ambiente, en dar un giro a la actitud, en buscar ayuda profesional o simplemente en ser realistas y conformarse con la realidad del momento, aunque con miras a mejorar es si no es del todo satisfactorio.
Explorar posibilidades y cursos de acción se hace más fácil sin el peso de las quejas.
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