Imagen: psfk.com
En la casa, en el trabajo, en el centro de estudios, inclusive caminando. En todo momento a la gente le surgen ideas, algunas para remediar situaciones inmediatas, otras con una visión a futuro. Hay ideas locas, descabelladas, sensatas, creativas, espontáneas, negativas, positivas, y un largo etcétera.
¿Qué valor tienen las ideas? Todo depende. En situaciones de emergencia, cuando la capacidad de pensar se bloquea por efecto del pánico o la desesperación, las ideas valen oro, lo mismo que cuando se buscan soluciones frenéticas para salir de un atolladero, sea de carácter personal o profesional. A veces, mientras trabajamos, cometemos errores que tienen el potencial de salir muy caros. Lo más normal es que se piense rápidamente en formas de atenuar los efectos, o hacer que el problema pase desapercibido, y así evitar consecuencias aún máas nefastas.
¿Y qué hay de aquellas veces que se aportan ideas para ahorrar dinero a la empresa, para agilizar el trabajo o para mejorar las relaciones públicas de la misma? Ya este tema es un poco más espinoso, pues en la mayoría de los trabajos se tiende a mirar con desprecio a aquel empleado que osa hacer observaciones que van en contra de lo ya establecido, aún cuando a lo largo de la jornada se le reconozca su razón. Pero en los trabajos pasa algo aún más grave, y es que hay la tendencia a apropiarse de las ideas ajenas, algo que va en violación a las más elementales normas de ética.
Si bien la capacidad de pensar es universal, no todo el mundo produce buenas ideas, ni muchos menos se producen al mismo tiempo. Es por este motivo que existen los derechos de autor, un verdadero campo de batalla donde los escritores y artistas en general se acusan mutuamente. Ya en el mundo laboral de oficinas corrientes, donde no se llevan a cabo investigaciones ni nada de eso, las ideas no tienen tanto peso, pero siguen siendo importantes para realizar el trabajo. Es en estos ambientes donde el robo de ideas suele quedar impune, pues se hace difícil comprobar el hecho y además son ideas que por lo general sólo tienen utilidad en ese lugar.
Sin embargo, las quejas en torno al robo de ideas en oficinas son comunes, y la razón por la que molesta tanto yace en el hecho de que la gente tiene una necesidad innata de ser reconocida y apreciada. Esto no me lo estoy inventando. Experimentos psicológicos han demostrado la validez del argumento. Dale Carnegie, empresario estadounidense famoso por sus cursos de autoayuda, entrenamiento corporativo y ventas, mencionaba esto como un principio fundamental para ganarse la buena voluntad de la gente y así obtener mejores resultados.
Entonces, ¿vale la pena exigir reconocimiento cuando se aportan ideas? En la mayoría de los casos, no, y mucho menos vale la pena agobiarse por eso, aún cuando la sensación es bastante molesta. Quizás lo mejor sea sacar un aprendizaje de la experiencia, de tal manera que en una próxima ocasión se presenten ideas con más cuidado. Para finalizar, les dejo este artículo que encontré mientras investigaba el tema.
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