En torno a la guerra que declaró Estados Unidos a Irak por la supuesta presencia de armas de destrucción masiva en ese país, las especulaciones siempre han estado a la orden del día. Entre otras cosas, siempre se sospechó que había intereses de por medio, que alguien en la administración Bush se estaba beneficiando de esa operación, y que Saddam Hussein no era más que el chivo expiatorio en todo eso.
Dos años después de la salida de George W. Bush del poder se ha confirmado lo que ya se sabía: no había armas de destrucción masiva. Estas eran tan falsas como aquel pavo de plástico que llevó a soldados estacionados en Irak en 2003 con motivo del Día de Acción de Gracias. Sin embargo, las meteduras de pata de Bush van aún más lejos.
Ahora se sabe que en el año 2003, bajo la paranoia del terrorismo, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) se dejó engañar de un aficionado a las computadoras que prometió acabar con las amenazas de Al Qaeda con un software que era capaz de detectar complots escondidos en las transmisiones de la televisora Al-Yazira, descifrar mensajes codificados entre terroristas, detectar el ruido de sumarinos enemigos e incluso identificar terroristas en fotos tomadas desde el aire. Tan espectacular engaño, avalado por Bush, costó a la CIA alrededor de 21 millones de dólares.
Conclusión: en esta época cualquiera se deja engañar. Es una cuestión de tocar la clave adecuada, y listo. Cualquier idea, por absurda que parezca, tiene validez en momentos de desesperación, sobre todo cuando se presenta con palabrería bonita y sofisticada.
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