¿Por qué nos aferramos tanto a las cosas? Se trate de gente o de objetos materiales, esta parece ser una condición humana, y es algo realmente tonto si lo analizamos bien.
Nada es para siempre. Las cosas de rompen o se dañan, la gente se va o se muere, y así es todo. Nada se queda estático. Las situaciones cambian, evolucionan. La misma gente cambia o evoluciona con el paso del tiempo, algunos más lentos que otros.
Hay que dejar ir. El primer instinto al pensar en esta posibilidad parece ser llorar en una mayoría de casos, pero eso también es una estupidez. Llorar es un desahogo, pero es un desahogo asociado a debilidad y drama, con el agravante de que puede provocar una estupenda gripe. Por desgracia, a la hora de las lágrimas, ellas pueden más que cualquier lógica, por eso hay que irse convenciendo poco a poco de su inutilidad.
Porque se llore una persona no volverá a estar con nosotros ni se va a arreglar la ropa que se dañó ni muchos menos se arreglarán situaciones provocadas o empeoradas por nosotros mismos.
Es lo ideal no vivir aferrado a nada. Hacerse la idea de que nacemos solos y es nuestro destino estar solos eventualmente. Se cultivan amistades a lo largo de la vida, pero ellas son algo temporal. Puede que algunas duren para toda la vida, puede que algunas sean algo más que amistad y puede que algunas empiecen muy bien y acaben muy mal. Esto es una lotería, y hay que estar preparados para enfrentarla.
En fin, hay que dejar ir. Tener claro que las cosas son temporales: el trabajo, la familia, las amistades, la pareja. Todo es por un tiempo. Cuando esto no se tiene claro, se sufre más de la cuenta, y eso es malo. La vida no un solo camino lleno de comodidad, sino que se compone de momentos buenos y malos. Depende de cada uno de nosotros enfrentar lo malo de la mejor manera posible, teniendo presente que así es la vida y que más para alante vive gente.
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