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La cultura del chisme

La mayoría de la gente disfruta de un buen chisme, siempre y cuando no le afecte directamente. Se ha comprobado científicamente que la gente disfruta de las desgracias de los otros, una especie de consuelo de tontos. Que tal actriz de Hollywood engordó, que fulanita salió embarazada o que mengano le fue infiel a zutanita son cosas que vemos a diario.

Hay gente (a pesar del estereotipo, los hombres disfrutan esta práctica por igual) que no puede vivir sin su dosis diaria de chismes, y terminan sabiendo más de la vida de figuras públicas internacionales y del patio que ellas mismas. Y donde la cosa se pone fea en cuando los paparazzi atacan, fenómeno que se está poniendo de moda aquí también.

¿Qué ganamos con estas cosas? Nada. Muchos de los chismes que se ven por ahí son pura invención, pero lo que nadie se pone a ver es que los mismos hacen un daño terrible a la víctima. Lamentablemente, los chismes traspasan límites a diario, en franca violación a la privacidad de la gente.

Hasta ahora me he referido a chismes que ponen a famosos en aprietos, pero la práctica afecta a todos de alguna manera u otra. En la oficina, en el vecindario, en todas partes está presente el cuchicheo, sin castigo aparente para sus responsables.

Sin embargo, alguien debe trazar los límites: en los últimos días al menos dos jóvenes del medio local han sido víctimas de rumores de mal gusto. Primero fue Sarah Pepén, quien laboraba en el canal 5 y de quien dicen varias cosas. Luego fue Pamela Sued, acusada de estar embarazada en un programa de Santiago dizque porque la vieron salir de un consultorio (¿?).

A veces hay que saber cuando callar. Comentarios como esos, más aún si no son ciertos, dan al traste con la buena imagen de las personas, y todos sabemos lo difícil que es recuperar la buena reputación. Será difícil erradicar el chisme, pero todos podemos contribuir no inmiscuyéndonos en las vidas de los demás.

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