Las personas que por su impuntualidad se perdieron el concierto ofrecido este sábado en el Teatro Nacional por los cantantes Alberto Cortez y Pablo Milanés deben de aprender la lección y dejar de quejarse. Sí, es duro pagar 3 mil pesos por unas boletas y al final desperdiciarlas, pero también es incómodo para quienes llegaron a tiempo soportar las interrupciones de otros que llegan después de haber comenzado el espectáculo.
De un tiempo a esta parte el dominicano se ha ganado la fama de ser impuntual, y esto lo vemos a diario: hacemos una cita con un doctor, abogado o lo que sea, y lo más probable es que nos falle, si no es que fallamos nosotros. Convocan a una celebración, y si decidió llegar a la hora pautada, es muy posible que se encuentre solo por un largo rato. Hay quienes lo achacan a tapones, otros sencillamente no le dan importancia a eso de la puntualidad.
No fui a este concierto, pero conozco gente que no pudo entrar por su tardanza, además de que El Caribe del domingo hizo una reseña al respecto. Ya era hora de que el Teatro Nacional diera el ejemplo, pues reitero, es muy desagradable para el que disfruta de su espectáculo distraerse momentáneamente con el abrir de una puerta, distracción que aumenta aún más si se tiene la desdicha de que los recién llegados tienen sus asientos próximos al suyo.
A ver si ahora disponen un reglamento de vestuario, porque a veces se ve una informalidad que espanta. El Teatro debe ser un sitio solemne, pero hay quienes rompen con tal solemnidad aparenciéndose en jeans y camiseta, haciendo un gran contraste con los demás visitantes que han acudido con ropas más adecuadas.
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