Para la mayoría de los dominicanos Juan Pablo Duarte es una figura histórica sagrada y trascendente. Fue gracias a la visión de este hombre que se fundó la República Dominicana tras el heróico trabucazo que el 27 de febrero de 1844 puso fin a 22 años de ocupación haitiana en la parte oriental de la isla.
Pese al gran aporte que representa esa visión de Duarte, hay intelectuales que desde hace décadas ponen en duda que el patricio merezca tal mérito, basándose en el hecho de que no estuvo presente en el momento crucial de la Independencia y que, en términos generales, dedicó poco tiempo de su corta vida a los menesteres nacionales de manera presencial.
La primera pregunta que surge al leer posturas de este tipo es, ¿existiera la República Dominicana sin Duarte? Tomar la iniciativa de formar un movimiento independentista cuando se está bajo el yugo del dominio extranjero, con todos los sacrificios y peligros que ello conlleva, no es fácil. Según se evidencia en la historia patria, Duarte pagó cara su osadía, siendo desterrado del territorio y declarado traidor por sus propios congéneres. Peor aún, esa obra se vio en más de una ocasión mancillada por la falta de visión e intereses de políticos inescrupulosos de la época que al parecer no creían ni en sí mismos.
Quienes cuestionan el legado de Duarte alegan que la historia patria que se nos enseña en escuelas y colegios desde hace décadas es una fabricación, un mito que ni siquiera está debidamente sustentado por documentos de la época. En ocasiones la discusión adquiere un matiz racial al afirmarse que se prefiere presentar a Duarte como el principal de los padres de la patria porque estéticamete es una figura agradable a la vista por sus rasgos caucásicos, resultado de su herencia familiar: padre español y madre de ascendencia española.
¿Será verdad que somos tan simples? ¿Será verdad que aspiramos a Duarte porque era blanco y de ojos azules, según atestiguan historiadores y personalidades de la época? ¿Le resta mérito a Duarte haber tenido ese fenotipo? La cuestión racial es absurda por donde quiera que se mire, pero esta es la carta que todos juegan porque es más fácil para fines de generar simpatías.
Visto desde lo práctico, si Duarte merece o no ser el padre de la patria es una cuestión difícil de evaluar y responder por la sencilla razón de que ninguno de nosotros estuvo presente en ese momento. ¿Habría República Dominicana sin Duarte? ¿Habrá tenido alguien más la iniciativa de separarse de Haití? ¿Estaban los habitantes de la isla conformes con esa ocupación? ¿Tenía Duarte un ideal o simples ganas de poder? Los que mataron a Trujillo, ¿tenían ganas de liberar al país de una dictadura o buscaban lo suyo o ambas cosas a la vez? El tiempo se aprovecharía mejor en empoderar comunidades, implementar tecnologías y establecer programas de convivencia sostenible con participación comunitaria.
El supuesto acomodo histórico que representa Duarte ha dado pie a otras cuestionantes sobre el origen y desarrollo de la nación dominicana, presentándose esta preferencia hacia la hispanidad por encima de lo negro como el supuesto motivo por el que este país no se ha involucrado en procesos cruciales de la política e historia latinoamericana. Sin embargo, no es tan sencillo como eso.
El origen de lo dominicano es difícil de establecer si se toma en cuenta que la población nativa fue exterminada por los colonizadores, quienes a su vez importaron africanos dando origen a un mestizaje que se mantiene al día de hoy y que es una característica de casi toda América Latina.
¿Por qué hablamos español aquí y no nos relacionamos con el resto del Caribe, con excepción de Puerto Rico y Cuba? Tiene mucho que ver con la historia de cada cual. El mundo entero está compuesto por inmigración de algún tipo, sea importada directamente o por llegada espontánea. Desde un punto de vista estratégico o geopolítico República Dominicana nunca ha formado parte de América Latina. Es parte del Caribe, y dentro de eso forma parte de las Antillas Mayores. Por asuntos históricos, geográficos y hasta de conveniencis nos relacionamos e identificamos más con EE.UU. que con cualquier otro país, y eso incluye la llamada "Madre Patria"
Si en algo podemos coincidir es en eso de que el dominicano no tiene identidad claramente establecida, que se ha ido perdiendo con el tiempo, y eso está muy mal. Sin embargo, desbaratando una figura histórica no creo que sea la forma de remediar esa situación.
El tema de Duarte está intrínsecamente ligado al tema haitiano. Al día de hoy hay gente que pretende restar mérito a los logros dominicanos al compararlos con la lucha independentista haitiana, obviando que esa empresa devino en una ocupación ilegal del lado oriental de la isla y en un desorden que al día de hoy se mantiene, cada vez más marcado y aprovechado por potencias extranjeras y ONGs que solo buscan beneficio propio.
Los haitianos "lograron tanto" que están viniendo en masa para acá, y amparados en imprecisiones históricas nos quieren imponer su acogida absoluta. Para aquellos que gustan de hacer comparaciones, una pregunta: Si cedemos a esa presión, ¿no sería este un acto de cobardía, un arrodillamiento indigno y contrario a las virtudes que resaltan respecto a Haití, sacrificado a sí mismo por seguir su propio camino y convicciones?
Más importante aún, ¿por qué arrastrar a Duarte a una discusión tan banal y con evidentes signos de presión e intereses particulares? De la misma forma en que se pretende restar méritos al patricio hay quienes defienden su legado y observan las coyunturas del momento para advertir de los peligros que enfrenta la soberanía. Al margen de todo esto hay que recordar que este país existe por la visión de un hombre que se sacrificó por una causa y no es justo que eso se pierda antojadizamente.
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