La gente hace daño... |
Probablemente no haya una cosa más complicada en este mundo que la gente, y esto en sí es una paradoja porque si el mundo está lleno de gente es por efecto de una interrelación que toma lugar desde que el mundo es mundo. Aún así, no cabe dudas de una realidad irrefutable: lidiar con gente, a nivel personal, laboral, coloquial y como sea, es una tarea sumamente difícil.
A nivel empírico, y sin necesidad de libros ni expertos, vemos en el día a día que hay en efecto toda clase de gente, con actitudes, personalidades y comportamientos contrastantes. Hay gente que nos cae bien, otros nos caen mal. Hay gente a la que llegamos a comprender, con quienes tenemos empatía, mientras que hay otros que tienen el efecto contrario y que por más que se intente nunca llegamos a comprender.
El comportamiento humano en sí es una cosa contradictoria, pues no se concibe a nivel lógico cómo es que la gente hace cosas que vienen siendo lo contrario de lo ideal y deseado. A nivel personal a todos nos pasa: sabemos exactamente qué cosas nos convienen a nuestra salud, pero en la práctica no les hacemos caso, o al menos no le damos la importancia necesaria. Así, por ejemplo, hay gente que no hace ejercicios y abusa de la comida rápida, teniendo a la mano alternativas más saludables. A nivel laboral y de estudios pasa lo mismo: gente que en vez de usar el tiempo a su favor lo desperdicia en actividades no relacionadas, ya sea hablando, viendo TV, chateando o simplemente barajando.
A todos nos ha pasado alguna vez. Sabemos que estamos haciendo las cosas mal, pero no hacemos nada por rectificarlas, sino que perpetuamos un comportamiento que sabemos no es el ideal, que hasta pudiera ser nocivo, con la excusa de que todo el mundo lo hace.
Cuando estas cosas pasan a nivel personal, el daño por lo general se circunscribe al individuo y su entorno inmediato: padres, hermanos, pareja, hijos y amigos cercanos. Cuando ocurre a un nivel menos personal, la cosa ya adquiere matices preocupantes porque el número de afetados crece exponencialmente. Entonces, gente que ocupa posiciones de importancia dentro de la sociedad tienen una obligación moral de hacer las cosas bien, pero esto solo se mantiene a nivel de teoría.
En la práctica es muy reducido el número de personas que se guía de este principio, con resultados que a veces se ven de inmediato y que a veces toman años y hasta décadas en manifestarse. Lo más lamentable de todo es que en uno y otro caso terminan pagando personas que directa e indirectamente no tuvieron nada que ver con la situación surgida, con la consecuencia de que la indignación, la desilusión, la incertidumbre y la negatividad se hacen presentes y se manifiestan con fuerza.
¿Por qué da tanto trabajo hacer lo correcto? Porque hay ejemplos de sobra que parecen demostrar que haciendo las cosas debidamente no se llega lejos: el joven que se faja a estudiar y que es superado por el copión del curso, que para colmo se fijaba en los exámenes y llevaba sus chivos. El profesional que no logra escalar posiciones porque hay una mafia a lo interno de la empresa que busca favorecer a allegados. El emprendedor que no ve su proyecto o negocio arrancar por la influencia de gente que no quiere ceder los espacios que se han ganado a la mala y sin méritos. Los empresarios que impiden el surgimiento de nuevos modelos comerciales ejerciendo presión sobre puntos estratégicos y de paso afectando a millones de potenciales clientes en su afán por proteger sus intereses.
Todo esto y más lo vemos día tras día, y lo más triste del caso es que detrás de toda esa barbaridad hay gente. Gente que no piensa ni le importan las consecuencias o el bienestar de los demás. Gente egoísta y abusadora. Gente que simplemente no se guía de principios éticos. En fin, gente, que es lo que más abunda en el mundo, para desgracia nuestra.
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