Para mucha gente, incluyendo a quien escribe, el año 2020 prometía. En mi caso particular, por ejemplo, inició con el cumplimiento de un viejo anhelo: participar en el CES, las siglas del Consumer Electronics Show que cada año se celebra en Las Vegas; evento de gran trascendencia que marca la pauta de lo que se verá a lo largo del año y más allá en el ámbito tecnológico.
El evento fue un éxito y la experiencia fue enriquecedora a varios niveles. Además de poder experimentar el CES de primera mano hubo oportunidad de conocer gente y proyectos interesantes, así como de entablar relaciones profesionales con representantes de la industria. Vía Tecnológica, mi website de tecnología, y Genoma Digital, el programa que hacemos todas las semanas a través de Facebook Live y que luego sale en televisión, dan testimonio de todo lo que se vio por allá.
El CES se realizó del 7 al 10 de enero. El día de regreso, 12 de enero, ya el tema del coronavirus estaba en los medios de este lado del mundo, tímidamente, eso sí, pero con algunas voces que buscaban llamar la atención respecto a los peligros que representaba su diseminación fuera de China.
Con el paso de los días la alarma en torno al "nuevo coronavirus" fue creciendo. COVID-19, como eventualmente fue bautizada la nueva cepa, de repente se convirtió en el único tema del que se hablaba, propiciando la cancelación de eventos de toda clase y llevando al cierre de ciudades enteras, primero en China, luego en Italia y de ahí a una buena parte del mundo. De momento solo Africa se ha salvado parcialmente.
Llama la atención que a nadie se le ocurrió cerrar el paso desde y hacia China para evitar la propagación de un virus que inicialmente fue descrito como "una simple gripe" pero que entonces, pese a su "simpleza", obligaba a la cuarentena y al aislamiento. Una cosa y la otra como que no cuadran, ¿o sí?
El culpable de todo esto |
Con el paso de los días empezó a resultar más que evidente que el ahora famoso (o infame) "nuevo coronavirus" era más que una simple gripe, capaz de matar no solo a gente "vulnerable" (mayores de 60, por ejemplo, o personas con condiciones preexistentes de salud), sino a jóvenes en perfecto estado de salud y hasta a niños, pese a que se dijo al principio que "no afectaba a niños".
Resulta evidente que hubo desinformación en el tema del coronavirus, y la misma venía de parte de organismos internacionales cuya misión es justamente salvaguardar la salud del mundo. Tedros Adhanom Ghebreyesus, el etíope al frente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), incluso se negaba a declarar una pandemia, pese a que la tendecia que llevaba el virus ciertamente sugería que se trataba del caso.
El resultado de toda esta desinformación, parcialmente vertida desde el sitio donde se originó todo, es la situación penosa que millones de personas al día de hoy vivimos en el mundo: cuarentena impuesta, toque de queda, aislamiento social obligatorio, restricción de movimientos, colapso de economías locales y a nivel general, desempleo, trabajo forzoso desde casa -a menudo sin condiciones-, servicios restringidos y toda clase de comercios cerrados por no ser "esenciales" en las actuales cinrcunstancias.
El panorama descrito más arriba ocurre en Italia, España, Estados Unidos, República Dominicana, Puerto Rico y Reino Unido, por solo mencionar algunos lugares. Gracias a esta pandemia hay que andar con mascarilla y guantes para poder entrar a supermercados, farmacias y cualquier otro de los pocos lugares aún en funcionamiento. Gracias a COVID-19 hay que desinfectar TODO lo que ha estado en contacto con el mundo exterior, con especial énfasis en las suelas de los zapatos. Gracias a este "nuevo coronavirus" mueren miles de personas a diario, sin oportunidad siquiera de despedirse adecuadamente o de dar consuelo presencial y cercano a los deudos.
En este nuevo mundo dominado por un virus cuyo origen aún no se determina pero que es igualmente sospechoso, de la misma forma que es sospechosa la forma en que fue manejado desde las altas esferas de la salud internacional, se han perdido muchos privilegios que antes se daban por sentado. Ya no hay salones para ir a arreglarse el pelo, no se puede entrar libremente a un super o una farmacia a comprar chucherías o cosas serias (medicina en el caso de la última), no hay horarios extendidos, no hay la posibilidad de "botar el golpe" yendo al campo o a la playa, no hay restaurantes o bares para cambiar la rutina ni hay tampoco la posibilidad de simplemente ir al parque y disfrutar del ambiente. Todo esto se ha perdido, y no se sabe hasta cuando.
Así está el mundo con el coronavirus |
Salir a hacer diligencias es una aventura fatídica y desagradable. La ciudad parece desierta. Se respira un ambiente de tensión. Hay desesperación. Lo peor de todo esto es que cuando las cosas retomen la normalidad -si es que pasa- tendremos una economía mundial en emergencia y en retroceso.
De repente planes a futuro, negocios y proyectos se ven paralizados y con una enorme posibilidad de simplemente irse a pique. Gobiernos enteros han gastado lo que no tienen y algo más con tal de contener el avance del virus y mantener a la población más o menos tranquila. ¿Quién es el culpable? ¿Quién resarce el daño? ¿Fue realmente espontáneo el virus o tiene un origen más siniestro? ¿Quién responde?
La versión oficial de los hechos poca gente la cree en este momento, sobre todo cuando se toman en cuenta algunos detalles que ocurren al mismo tiempo que se desarrolla la crisis. Las preguntas planteadas más arriba difícilmente encuentren una respuesta oficial, dando pie a toda clase de conjeturas y teorías de conspiración.
Mientras todo esto ocurre y unos pocos se lucran de la situación, una realidad es irrefutable: 2020 ha sido arruinado en su totalidad, y nadie lo puede devolver. Peor aún, los daños serán a largo plazo. COVID-19 marca un desagradable antes y después, siendo este un después que aún está por verse.
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