Pocos ejercicios son tan inútiles como tratar de entender a la gente, al mundo, las actitudes y por qué pasan las cosas que pasan.
Milenios atrás, cuando no se conocía esta modernidad que hoy vivimos, las cosas eran muy distintas. La gente se manejaba por intuición y estaba densamente conectada con la naturaleza y su entorno. Eran tiempos donde todo daba trabajo de conseguir y nada se daba por sentado. Las cosas fueron evolucionando: la gente empezó a organizarse en sociedades, surgió el comercio, surgió (o mejor dicho, evolucionó) el arte, empezaron a surgir las ciudades, las metrópolis, la política, la medicina, la educación y un largo etcétera.
En alguna parte del camino surgió la religión, siendo esta motivo de feas y sangrientas disputas que al día de hoy se mantienen. En gran medida la religión, sea cual sea, es motivo de ideologías extremas, prejuicios, odio, segregación y otros comportamientos nada agradables y que en nada ayudan a la convivencia en armonía.
Las sociedades hoy son un caos donde las cosas se van al extremo, tanto que dejaron de tener sentido décadas atrás. En estos tiempos modernos todo se vale, siempre que no sea algo tradicional, juicioso y de sentido común. Se celebra y se exacerba lo “diferente”, muchas veces con visos de explotación, el conocimiento y la cultura general han dado paso a la ignorancia, el trabajo es visto como un sacrificio innecesario y no hay respeto al prójimo. El concepto de familia cambió, al igual que el concepto de relación, amistad y matrimonio. Nada de eso hace sentido ya. Todos queremos imponernos y tener la razón, pero sin asumir compromisos o responsabilidades a largo plazo.
Queremos ser libres, hacer lo que nos venga en ganas, no tener una estructura y en general simplemente “vivir”, pero entonces todo lo que hacemos tiene una consecuencia y afecta a otros. Peor aún, esos otros, en nombre de hacer lo que les de la gana y porque aspiran a ser ricos sin dar un golpe, nos impiden efectivamente hacer lo que nos de la gana. Paradójico, ¿no?
En este mundo caótico y sin explicación, donde ya nadie comete errores ni se resaltan los defectos porque eso es ofensivo, lo mejor es seguir nuestro camino sin dar mucha mente a nada. Pensar en las cosas, cuestionarlas y tratar de enderezarlas no llevará a nada porque de cada 100 personas quizás a 101 no les importe absolutamente nada. Son personas que viven el presente y nada más. Que la gente se esté matando, que el planeta poco a poco se destruye y que mañana puede ser terriblemente trágico y desolado no les importa en lo más mínimo.
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