Las actuales autoridades edilicias de Santo Domingo, especialmente en el Distrito Nacional y Santo Domingo Este, hablan mucho acerca de la necesidad de transformar la ciudad de manera que esta sea agradable tanto a residentes como visitantes. Sin embargo, para lamento generalizado, esos planes solo se quedan en palabras: raras veces pasan a la acción.
¿Cómo lograr una transformación que en realidad urge? Desde cualquier ángulo que se mire, Santo Domingo es una ciudad a falta de cariño, tanto de su propia gente como de las autoridades llamadas a mantener el orden y el embellecimiento del ornato. Un recorrido, sin importar el sector, muestra calles en mal estado, aceras ocupadas, basura por montones, áreas verdes descuidadas y una suciedad generalizada que es agravada por falta de luz en las noches y la ausencia de facilidades adecuadas para discapacitados o para recrearse al aire libre.
Caos en la Duarte con París (El Nacional) |
No hay en Santo Domingo las facilidades adecuadas para la gente simplemente caminar de un punto a otro. Tampoco las hay para dar un paseo en bicicleta sin riesgo de resultar atropellado. En parte no hay infraestructura y en parte no hay una cultura que resulte favorable al peatón o al buen mantenimiento de la ciudad.
El primer paso para cualquier transformación es educación: crear conciencia entre la gente para que se respeten los espacios públicos, se mantengan las aceras despejadas, se operen los negocios con higiene y se cuiden los espacios verdes. Una ciudad llena de basura, con gente maleducada e irrespetuosa no atrae a turistas ni resulta agradable o atractiva para quienes viven en ella. El segundo paso para la transformación son autoridades comprometidas con el cambio y con hacer cumplir las leyes.
Ya que los alcaldes hablan y hablan pero al final no hacen nada y la ciudad cada vez peor, aquí va una idea que podría funcionar: busquen a Michael Bloomberg de asesor. Quienes hayan visitado Nueva York recientemente, específicamente Manhattan y sus partes necias (Washington Heights, Harlem, por mencionar algunas), habrán sido testigos de una transformación impresionante.
No solo está NYC más limpia y organizada, sino que áreas previamente prohibidas ahora pueden recorrerse sin temor a caer en una situación delicada. Delincuencia la hay, pero la sensación de seguridad es evidente. Si antes había que ir agarrando las pertenencias para que no viniera cualquier loco a llevárselas, ahora hay un clima de confianza que inspira a andar sin preocupaciones de esa clase (ojo, en la confianza está el peligro, tampoco es para desentenderse del todo).
El cambio exhibido al día de hoy por NYC no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana. Bloomberg estuvo durante nueve años trabajando arduamente con su plan, y los frutos hoy están a la vista, para disfrute de residentes y visitantes. No fue fácil, pero zonas que antes se consideraban perdidas han ido recuperando su valor, atrayendo nuevos inquilinos e inversiones de valor.
Si fue posible hacer esto en Nueva York, pues en Santo Domingo también lo es. Ya que hay tanta gente en este país que se ufana en conocer a personalidades importantes, quizás haya alguno que conozca a Bloomberg y pueda pedirle el favor de que asesore en esa materia, probono (los honorarios de ese señor deben estar por las nubes). No se pierde nada lanzando esta idea a ver qué ocurre.
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