En una ciudad, comunidad o barrio donde las calles están permanentemente polvorientas y llenas de basura no es de extrañar la proliferación de moscas, mosquitos, ratas y demás alimañas que traen consigo toda clase de enfermedades. Sin embargo, desde hace aproximadamente 30 años, esa parece ser la norma que impera en los llamados países del tercer mundo, donde los niveles de pobreza son indirectamente proporcionales a los niveles de higienización.
El ejemplo más claro de ello es Santo Domingo con todos sus municipios: Distrito Nacional, Santo Domingo Norte, Santo Domingo Oeste y Santo Domingo Este. De los cuatro, actualmente el Distrito Nacional es el que parece gozar de mayores niveles de limpieza, aunque las quejas en ese sentido siguen apareciendo. Quizás muchos habitantes de la ciudad y del país desconozcan que en una época la Ciudad Primada de América fue un ejemplo de limpieza y aseo urbano, considerada la ciudad más limpia del continente.
De esto han pasado ya varias décadas, y la ciudad como tal ha pasado por igual por una serie de cambios en su infraestructura y en la composición y cantidad de su población. Hoy día, fenómeno que se da en prácticamente todas las ciudades del país, Santo Domingo y sus entornos han pasado de la tranquilidad al bullicio, la arrabalización y la suciedad. Una ciudad poco amigable para peatones y conductores, con aceras destruidas, o peor, ocupadas por negocios improvisados, calles llenas de hoyos y basura, paredes repletas de afiches y publicidad y una serie de chatarras que dizque ofrecen un “servicio eficiente y barato” de transporte público.
El caos imperante empeora con la proliferación de venduteros que a pie o en triciclo entorpecen el tránsito por vías y aceras, y ni hablar de la absoluta falta de respeto a las leyes del tránsito. Desde este cristal, la ciudad capital y sus municipios, que antes conformaban una sola ciudad, parecen un infierno viviente donde el bullicio y la suciedad arropan todo. Vista la situación, ¿a quien culpar? ¿A las autoridades? ¿O será la misma ciudadanía la culpable de tantas cosas?
La respuesta es que ambas partes son responsables del actual caos que estamos viviendo. Durante la Era de Trujillo el orden y la limpieza se preservaban por el miedo que inspiraban las autoridades de la época, quienes a su vez temían al Jefe. Una vez cayó el régimen, la sociedad dominicana pasó por una transformación que, entre otras cosas, incluyó un relajamiento en la aplicación de las layes. Sin embargo, en la década del 70 y parte de la década del 80, la ciudad continuó siendo ejemplo de orden y limpieza.
Después de 1984 empezaron los problemas, los cuales han ido empeorando con cada día que pasa. Se acusa a las autoridades de ser ineficientes, pero cada ciudadano es un reflejo de la comunidad donde vive. Si cada persona se hiciera responsable de sus acciones la realidad fuera distinta, de ahí que se hace necesario iniciar una campaña a nivel nacional para crear conciencia ante el rol del ciudadano en la preservación de la higiene y el ornato.
Es un hecho que la población de la ciudad ha crecido casi sin control y que la cada vez mayor migración del campo a la ciudad ha traído consigo los cinturones de miseria, donde escasos recursos y bajo nivel educativo son la norma. Sin embargo, no está escrito en ninguna parte que pobreza equivale a suciedad, por eso se insiste en una participación activa de la ciudadanía para enfrentar la acumulación de basura y lograr la salubridad óptima para desarrollar una vida prácticamente libre de enfermedades por contaminación.
Ha habido por demás un descenso en la cantidad y calidad de la educación casera y oficial, donde la materia llamada “Moral y cívica” aparentemente dejó de existir. Por tal motivo, no importa donde usted se mueva, se encontrará siempre con el espectáculo deprimente de personas que tiran basura indiscriminadamente a las calles, desde sus vehículos o caminando, conductores de vehículos con bocinas estridentes en plena calle y negocios improvisados en cada esquina.
En definitiva, la educación de cada persona es importante para mantener orden y limpieza en cada ciudad, comunidad y barrio. Después de todo, este es nuestro país, pequeño, pero nuestro. Un pueblo de fácil sonrisa y llanas palabras.
El ejemplo más claro de ello es Santo Domingo con todos sus municipios: Distrito Nacional, Santo Domingo Norte, Santo Domingo Oeste y Santo Domingo Este. De los cuatro, actualmente el Distrito Nacional es el que parece gozar de mayores niveles de limpieza, aunque las quejas en ese sentido siguen apareciendo. Quizás muchos habitantes de la ciudad y del país desconozcan que en una época la Ciudad Primada de América fue un ejemplo de limpieza y aseo urbano, considerada la ciudad más limpia del continente.
De esto han pasado ya varias décadas, y la ciudad como tal ha pasado por igual por una serie de cambios en su infraestructura y en la composición y cantidad de su población. Hoy día, fenómeno que se da en prácticamente todas las ciudades del país, Santo Domingo y sus entornos han pasado de la tranquilidad al bullicio, la arrabalización y la suciedad. Una ciudad poco amigable para peatones y conductores, con aceras destruidas, o peor, ocupadas por negocios improvisados, calles llenas de hoyos y basura, paredes repletas de afiches y publicidad y una serie de chatarras que dizque ofrecen un “servicio eficiente y barato” de transporte público.
El caos imperante empeora con la proliferación de venduteros que a pie o en triciclo entorpecen el tránsito por vías y aceras, y ni hablar de la absoluta falta de respeto a las leyes del tránsito. Desde este cristal, la ciudad capital y sus municipios, que antes conformaban una sola ciudad, parecen un infierno viviente donde el bullicio y la suciedad arropan todo. Vista la situación, ¿a quien culpar? ¿A las autoridades? ¿O será la misma ciudadanía la culpable de tantas cosas?
La respuesta es que ambas partes son responsables del actual caos que estamos viviendo. Durante la Era de Trujillo el orden y la limpieza se preservaban por el miedo que inspiraban las autoridades de la época, quienes a su vez temían al Jefe. Una vez cayó el régimen, la sociedad dominicana pasó por una transformación que, entre otras cosas, incluyó un relajamiento en la aplicación de las layes. Sin embargo, en la década del 70 y parte de la década del 80, la ciudad continuó siendo ejemplo de orden y limpieza.
Después de 1984 empezaron los problemas, los cuales han ido empeorando con cada día que pasa. Se acusa a las autoridades de ser ineficientes, pero cada ciudadano es un reflejo de la comunidad donde vive. Si cada persona se hiciera responsable de sus acciones la realidad fuera distinta, de ahí que se hace necesario iniciar una campaña a nivel nacional para crear conciencia ante el rol del ciudadano en la preservación de la higiene y el ornato.
Es un hecho que la población de la ciudad ha crecido casi sin control y que la cada vez mayor migración del campo a la ciudad ha traído consigo los cinturones de miseria, donde escasos recursos y bajo nivel educativo son la norma. Sin embargo, no está escrito en ninguna parte que pobreza equivale a suciedad, por eso se insiste en una participación activa de la ciudadanía para enfrentar la acumulación de basura y lograr la salubridad óptima para desarrollar una vida prácticamente libre de enfermedades por contaminación.
Ha habido por demás un descenso en la cantidad y calidad de la educación casera y oficial, donde la materia llamada “Moral y cívica” aparentemente dejó de existir. Por tal motivo, no importa donde usted se mueva, se encontrará siempre con el espectáculo deprimente de personas que tiran basura indiscriminadamente a las calles, desde sus vehículos o caminando, conductores de vehículos con bocinas estridentes en plena calle y negocios improvisados en cada esquina.
En definitiva, la educación de cada persona es importante para mantener orden y limpieza en cada ciudad, comunidad y barrio. Después de todo, este es nuestro país, pequeño, pero nuestro. Un pueblo de fácil sonrisa y llanas palabras.
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