Todos sabemos que el viernes en la noche naufragó un crucero de lujo en la costa de la isla de Giglio, en Italia, luego de haber chocado con unas rocas que le hicieron un hoyo de 160 pies.
La buena noticia es que los cuatro dominicanos que participaban en el crucero, junto con otros miles de distintas nacionalidades, salvaron la vida. Lamentablemente se han recuperado 7 cadáveres y hay todavía 29 desaparecidos. Leer los detalles de cómo el crucero pasó demasiado cerca de tierra firme, de cómo probablemente esa no era una ruta oficialmente establecida, el momento actual en que la nave empezó a hundirse y de cómo a los pasajeros los dejaron desamparados no solo provoca grima, sino ira e indignación.
Desde un principio se ha señalado el comportamiento atroz del capitán del Costa Concordia, Francesco Schettino, quien alegadamente abandonó el barco desde que pudo, demostrando así que poco o nada le importaba la vida de los pasajeros que gustosamente habían pagado su dinero para pasar unas vacaciones inolvidables en el Mediterráneo. Involvidable será la aventura, sin duda, pero por las razones equivocadas.
De Schettino, que ahora mismo es el hombre más odiado en Italia y a quien metieron preso ya para fines de investigación, se dicen muchas cosas, ninguna de ellas buena: que el tipo no informó correctamente de la situación, que se demoró en dar la orden de evacuación, propiciando un motín de sus subalternos, que se llevó el dinero al abandonar y, finalmente, que informó erróneamente que solo había 40 pasajeros en el crucero una vez estuvo en tierra firme y se comunicó con la guardia costera. Encima de todo eso hay reportes de que el tipo estaba cenando y tomando con una mujer momentos antes de la tragedia, lo que da la idea de que no estaba atento a sus cartones.
Se dice igualmente que el capitán quería saludar a un viejo colega suyo y, de paso, que estaba haciendo un "favor" al jefe del restaurante, cuya familia es oriunda de Giglio. Las lecciones son muchas y de largo alcance.
Lo primero, no deben hacerse concesiones especiales solo porque sí. Si Schettino hubiera seguido la ruta aprobada los pasajeros del crucero estuvieran disfrutando de sus vacaciones y no en la situación de ahora. Lo segundo, dar la cara. Schettino, con mucha razón, ha sido calificado de cobarde e inepto, y eso le ha valido el odio colectivo. Tercero, no confiarse. Probablemente por tener 12 años al mando de Costa Concordia el capitán se sentía confiado, y eso es un peligro.
Carnival, la compañía a la que pertence el crucero accidentado, también lleva las de perder. Lo primero fue que sus acciones bajaron, y, por supuesto, ha tenido que hacer frente a una situación que a nivel de relaciones públicas es un puro desastre. Es posible que las consecuencias afecten a la industria de los cruceros en su totalidad, pues paobablemente la gente, por un tiempo al menos, lo piense dos veces antes de reservar un viaje de esos.
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