Ayer el gobierno dominicano hizo entrega de una universidad para el pueblo haitiano, parte de los compromisos asumidos con motivo de la devastación de ese país a consecuencia del terrible terremoto del 12 de enero de 2010.
Se trata de un tremendo regalo, sobre todo cuando analizamos el estado de la educación en República Dominicana, tanto a nivel de infraestructuras como de calidad. Cualquiera que viva aquí o que de seguimiento a los acontecimientos del país desde fuera sabe que hay una lucha montada en torno al monto del PIB que debe destinarse a la educación, que ha habido protestas sonoras por el estado de deterioro de las escuelas y que ha habido escándalos a nivel de la calidad de la educación superior y sus controles.
Esta es la realidad dominicana, y cuando se analiza desde ese punto de vista, es fácil criticar la decisión del gobierno de invertir recursos nacionales en la construcción y equipamiento de una universidad en territorio haitiano. Sin embargo, este tema no es tan sencillo como pudiera parecer.
Por un lado, si los haitianos tienen facilidades para estudiar y especializarse, entonces puede ser que se detenga la inmigración ilegal que tanto nos ha socavado. Entonces, de la misma forma que varias empresas han tomado la iniciativa de establecerse en la frontera, por la parte haitiana, para emplear directamente mano de obra haitiana, esto de la universidad hace sentido, siempre y cuando se le de el uso adecuado.
Luego hay otra cuestión aún más compleja: la hipocresía. Extranjeros, y algunos dominicanos por igual, viven criticando al país por el supuesto maltrato que se les da a los haitianos. Esos que critican, y que incluyen a representantes de países con más recursos y mejor posición económica que la RD, son entes tan mezquinos que nunca han sido capaces de reconocer todo lo que ha hecho el país en favor de Haití, no solo después del teremoto, sino antes y durante.
Se nos acusa de ser racistas, de esclavizarlos, de negarles servicios básicos y de no darles cabida en asuntos legales de nacionalidad. La comunidad internacional, con el apoyo de varios grupos locales, mantiene una permanente campaña de descrédito, con la intención de que se legalice el más de millón de haitianos ilegales que hacen vida en el país, violando de paso nuestras propias reglas. La paradoja es que esa misma gente que nos acusa de dar un trato tan atroz se queja porque el gobierno dominicano ha decidido regalar una universidad. Más hipócrita de ahí no se puede ser.
Esta es la clase de noticias donde me abstengo de opinar y de tomar bandos. Simplemente hay que verlo como un gesto de solidaridad hacia un pueblo que ha pasado (y que sigue pasando) por muchas penurias; como una oportunidad de progreso, quizás para ambos países, pues nos conviene que Haití pueda emprender su desarrollo; y como algo que pasó y que no tiene marcha atrás.
Se critican muchas cosas, y a veces sin base real de conocimiento. En estos días he visto críticas a la ubicación de la universidad y el nombre que le pusieron (Henri Christophe), pero quizás lo más interesante del caso es que ambas cosas fueron decisiones tomadas por las autoridades haitianas, lo que significa que en esa parte el gobierno dominicano nada tuvo que ver.
A pesar de lo que implica el haber entregado una universidad al pueblo haitiano, podemos estar seguros de que la comunidad internacional -que no ha cumplido con sus promesas, por cierto- seguirá hablando mal de la República Dominicana y lanzando cuantas acusaciones se imaginen con tal de lograr sus objetivos.
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