La humanidad, a pesar de todos sus avances a nivel de ciencias, tecnología y sociedad, sigue siendo un montón de gente que en esencia es egoísta y busca siempre la forma de salir ganando en lo que sea. No se trata de la descripción más agradable, pero, ahora más que nunca, parece ser la más acertada.
Hay, como siempre, excepciones, pero estas son justamente eso, excepciones. Para contrarrestar este argumento habrá quien hable de todas esas personas que alrededor del mundo destinan una parte de su fortuna a los más pobres. Es un esfuerzo loable, sin dudas, pero, igualmente, hay con frecuencia un componente de satisfacción de ego en toda la ecuación. Repito, hay sus excepciones, pero son justamente eso.
A nivel del día a día vemos como el egoísmo de una persona se manifiesta de varias maneras. Para algunos, es una cuestión de envidia: quieren lo que el otro tiene, sufren cuando no logran igualarse y se la pasan maquinando para que esa otra persona tropiece o fracase, aún sea momentáneamente. Son estas mismas personas las que se alegran del sufrimiento ajeno, no sabiendo que quizás lo suyo viene por ahí también.
Para otros, es más bien una cuestión de cerrarle el paso a gente que pudiera probar ser más talentosa, o tener más capacidad, y que por ende se convierten en una amenaza latente. De todas las formas que tiene el egoísmo de manifestarse, esta es quizás una de las más comunes y dañinas porque no solo se impide a gente valiosa continuar su camino, sino que el resto del público, sean estos los empleados de una oficina, una audiencia de teatro, lectores o comensales, se ve privados de una mejor experiencia dentro de esa área en específico.
Si tienen dudas de que esto sea así, que el egoísmo es una de las cosas que más pervade a la humanidad, hagan un simple ejercicio: piensen en todas las veces que en su escuela, universidad o trabajo trataron de dar una idea que resultaría en más eficiencia o productividad. Probablemente la mayoría de las veces fue rebotada, tan solo para verla en acción al cabo de un tiempo, con créditos atribuidos a otra pesona, generalmente el jefe, el supervisor u otro compañero. Qué horrible, ¿no? Pero así suele pasar.
La gente tiene la mala costumbre de pensar que es mejor que el otro, de pensar que no tiene competencia, y por eso es que reacciona tan mal cuando llega otro que a la clara cuenta con cualidades superiores, sean estas intelectuales o materiales. El mediocre tratará de cerrarle el paso. El inteligente buscará la forma de trabajar conjuntamente y beneficiarse a lo largo del camino. Lamentablemente el mundo está poblado por mucha gente mediocre que no tiene un solo ápice de sentido común, y el resultado lo tenemos a la vista.
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