Imagen: "Noise Puzzle" de Steven Read |
Cuando el desorden se convierte en parte normal del día a día es porque la cosa ya ha llegado demasiado lejos. Apena decirlo, pero en la RD estamos justamente viviendo esta situación, sin que nadie decida hacer nada al respecto.
Ejemplos de como el desorden nos arropa abundan y no hace falta mencionarlos, pues en todas partes se hace evidente: en las calles descuidadas, en el desorden del tránsito, en la poca vergüenza que exhiben ciertas figuras públicas, en el descaro de supuestos profesionales que ofrecen un flaco servicio a la sociedad, en la exaltación de conductas poco adecuadas y en el triunfo de ciertos géneros musicales.
De todas las cosas que hablan elocuentemente del caos que impera aquí, la más preocupante es el hecho de que la mayoría de la gente, sin importar rango, profesión o edad, se cree con derecho absoluto a hacer lo que le venga en gana. Debido a que no aparece autoridad alguna para poner el orden cuando es necesario, esa sensación no solo se ve reforzada, sino que a menudo es celebrada.
¿Cuántas veces no se ha visto a un agente de AMET hacerse de la vista gorda ante choferes que se vuelan semáforos en rojo, motoristas que se meten en pasos a desnivel, conductores que toman la calle en vía contraria y carros de concho que se estacionan justo donde está prohibido? De igual forma, a nivel particular, no sorprende que en edificios, centros de trabajo y demás sitios donde se supone debe haber un orden establecido haya gente que dé problemas, ya sea porque se coge los parqueos ajenos, porque no paga su cuota a tiempo o simplemente porque abusa de los demás. A veces estos incidentes particulares terminan en tragedia, y es la misma lógica detrás del creciente fenómeno de los linchamientos, que en estos días ha vuelto a ponerse de moda con el caso de Miguelina en Santiago.
La falta de orden y la dejadez de las autoridades es tal que hoy, frente al Palacio Nacional, un motor se me estrelló en la avenida México, y nadie hizo nada, a pesar de que había guardias y policías variados en el entorno. El motorista que se estrelló, no conforme con haberme abollado el vehículo, tuvo el descaro de acusarme de habermele atravesado (yo estaba completamente parada, esperando mi turno de tomar el carril) para acto seguido seguir su camino. Nadie fue capaz de intervenir ni detener al motorista, lo cual definitivamente pone a pensar que las cosas no andan bien.
A nadie le importa nada. Todo el mundo justifica su caos con cualquier alegato que tenga a la mano: que soy padre de familia, que todo el mundo lo hace, que tengo órdenes superiores o, simplemente, que no me da la gana de cumplir con la ley o de hacerla cumplir, según la óptica desde la que se mire. Tanto desorden, si bien beneficia a unos pocos, hace muchísimo daño a una mayoría que anhela avances y que pasa desapercibida por aquello de que lo malo siempre resalta. Es una pena decirlo, pero esta es nuestra realidad.
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