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Calidad. Un concepto subjetivo y que no todo el mundo aprecia. Algunos equiparan calidad con precios altos, una relación que a menudo se da y hasta se justifica. Para otros significa cantidad, mientras que para otros es un asunto de esmero y cuidado.
La calidad va en todo: en alimentos, bienes, servicios especializados y hasta en las relaciones interpersonales, sin importar su naturaleza. Hay gente que se esfuerza por dar lo mejor de sí, y a veces al receptor eso le resbala, con la consecuencia de que no le da la mínima importancia. En situaciones personales, tal indiferencia jamás pasa desapercibida, con resultados que más tarde se reflejan.
Cuando se trata de bienes y servicios, el enfoque es quizás más práctico. ¿No te gustó un restaurante? Tienes la opción de buscar otro que se acomode mejor a tus estándares, y a la vez habrá gente a la que le gustará ese restaurante que acabas de rechazar. ¿No te gustó el servicio en X tienda? Probablemente haya otra que sea mejor, aunque, si es por servicio, puede que de trabajo encontrar una que provea una experiencia satisfactoria en este país.
Cuando se hacen análisis de los gustos y preferencias de la gente no son ni una ni dos las personas que dicen que la población a nivel general ha ido bajando su nivel de exigencia y, por ende, de calidad. Así vemos como se consume una música que si bien es un reflejo de ciertas realidades, a la vez no aporta nada. Vemos como la gente se lleva de supuestos expertos solo porque son muy buenos vendiéndose a un público incauto y hasta cierto punto ingenuo.
La calidad está bajando en todo: los periódicos ya no son lo que eran, la televisión se ha degradado a un punto que es casi imposible verla y la sociedad como tal se ha vuelto indolente. La gente tira basura en la calle, escupe, anda de manera estrafalaria, no tiene modales y en general no le importa nada. Cualquiera es experto, cualquiera se vende al mejor postor, cualquiera alcanza puestos y sitiales que no merece.
¿Es justo esto? No. Pero nosotros mismos somos los culpables por no indagar más allá de la superficie, por no exigir, por hacernos de la vista gorda y por aceptar cualquier cosa sin averiguar si quizás hay algo mejor en oferta. Gente que no sabe escribir se convierte de un día para otro en estrella a nivel de medios digitales, solo porque sabe venderse. Gente que no sabe nada se presenta como experta y hasta logra que la contraten por la misma razón.
A veces no basta con tener calidad. Las habilidades de venta y promoción, con mucha labia de por medio, son más efectivas en estos tiempos donde todo es light. Como eso es lo que vende y deja, no debería sorprender a nadie que la humanidad efectivamente se está perdiendo en su propio laberinto.
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