Imagen: Womble & Carlyle |
Empecemos por lo bueno: la web 2.0 pone a la disposición de los usuarios un sinnúmero de herramientas que permiten a cualquiera con la vocación y el deseo convertirse en escritor, autor, informador o vocero de otros medios más tradicionales y no tradicionales. ¿Lo malo? Que en esa misma medida abundan las informaciones mediocres, los escritos malos, el plagio y la basura en general. Significa entonces que a la hora de buscar un pedazo de información valiosa en el vasto universo de la internet se debe andar con cuidado y cautela.
La web 2.0 no solo permite que cualquiera publique un blog, un libro, una revista o una página, sino que permite a cualquiera darse a conocer, lograr fama, tener miles de seguidores y sentirse en efecto el rey del mundo. Antaño, antes de todas estas facilidades, ganar fama y tracción no era tan fácil: en el caso de los medios había que fajarse, tratar de obtener primicias exclusivas, hacer investigaciones profundas y atreverse a hacer lo que otros no hacían. A veces se buscaba la forma fácil de lograr el éxito con historias infladas y sensacionalistas, un camino que a más de uno salió caro y que dejó establecido que la calidad eventualmente se impone, aunque tome un par de años o décadas.
Hoy día la calidad en muchas cosas se ha diluído y es más fácil que nunca lograr fama y éxito en base a mentiras, sensacionalismo y mucho ruido barato y sin sentido. Basta con establecer un blog, darse a conocer en par de programas de radio y TV como experto en una materia, y listo, manos a la obra. La gente, con tanto de donde coger, se va por lo fácil y se deja llevar de esa autopromoción vacía con el resultado de que ganan visitas y seguidores en un dos por tres. Como se trata de expertos, a casi nadie se le ocurriría poner en duda los conceptos vertidos por esos seres superiores, mucho menos cuestionar la integridad y veracidad de lo que publican.
Esta falsa fama creada, junto al aura intocable que confieren ciertos calificativos, permite a estas personas salirse con la suya al desinformar a un público que por vagancia o exceso de opciones prefiere tragarse cualquier cosa que venga con el sello de aprobación de un experto. Esta en sí es la esencia del arte de desinformar, que en caso de que sea descubierta por algún lector impertinente casi siempre puede ser justificada con el argumento de que otro (u otros) también lo hicieron y por ende contribuyeron a esa desinformación. El resultado es que la línea entre lo real y lo irreal se hace tan fina que se rompe y desaperece para dar lugar a una serie de mitos urbanos que luego son desmentidos en sites especializados.
Hasta ahora solo he hablado del arte de desinformar, un fenómeno mundial preocupante porque pone en desventaja a gente más seria que se maneja con ética y que procura ofrecer un servicio de calidad que se ve arropado por toda esa basura que se ha autopromocionado de manera muy efectiva y eficiente. Pero, ¿qué hay de mal informar? Aunque menos grave que desinformar, sigue siendo un problema porque el lector/televidente/usuario no se entera de todo lo que hay, solo recibe información a medias que hasta cierto punto puede estar manejada y/o dosificada según los intereses de aquel que se la sirve.
Así, por ejemplo, hay gente que se dedica a cubrir temas específicos. Establecen una página, un blog, una cuenta en Twitter, página en Facebook y todo lo demás, y se presentan como la autoridad en esa materia. Sin embargo, no cumplen en cubrir ese tema en que se especializan desde todos los ángulos posibles, sino que se casan con marcas y causas específicas y de ahí no salen. Ignoran cualquier cosa que se salga de ese parámetro y prefieren obviar cualquier noticia negativa asociada a esas cosas a las que han jurado lealtad por razones que no vienen al caso pero que se pueden inferir. El resultado es una opinión sesgada y una información servida a medias que sirve a intereses específicos y que va en detrimento de los usuarios de esos servicios.
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