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Todos los días somos testigos de gente que tiene fama inmerecida, que ocupa puestos que a la clara no saben manejar, que gana buen dinero y que tiene acceso a facilidades por el mero hecho de haber caído en gracia. Este tipo de gente puede dividirse en dos: los que saben venderse o mercadearse, y los que consiguen todo a base de lambonismo.
Uno y otro caso hace muchísimo daño a gente que quizás no es muy adepta a cacarear sus logros o a inflar su curriculum con información falsa y/o aérea, pero que tiene talento real y sabe desempeñarse en el área de su elección. Pareciera que la lección aquí es ponerse a exagerar el talento natural y aprovechar cada circunstancia para crear conciencia de ello. Pero no. Nada que ver.
Si bien es una injusticia que gente que no hace lo que tiene que hacer gane bien y encima de eso tenga beneficios adicionales, tales como facilidades para comprar vehículo, combustible subsidiado, gastos de representación, bonos especiales y demás, hay algo de lo que nunca van a gozar: prestigio. Podrá argumentarse que aunque no tengan prestigio se dan la buena vida, pero eso es tan solo una cara de la moneda. Cuando se ocupan puestos que quedan grandes o se logra una fama en base a mentiras y engaños, la verdad no tarda en relucir. Pronto quedarán en evidencia los vacíos, la falta de preparación y la ineptitud, porque esas cosas no pueden estar ocultas por mucho tiempo.
He visto casos de personas que logran escalar bien alto, pero entonces, cuando sus fallas se hacen evidentes, caen y se dan duro. Es ahí que entran en juego variables subjetivas como reputación, prestigio y demás. Son personas que si no ahorraron lo suficiente van a pasar trabajo por un buen tiempo, pues difícilmente vuelvan a llegar a ese nivel si carecen de conocimientos y talento real.
Independientemente de todo eso, una cosa es cierta: esas injusticias cotidianas caen mal, y no son ni dos ni tres los que se ponen a pensar para sus adentros en el desperdicio que eso representa. La buena noticia es que esas cosas son hasta un día. A cada cual le llega su plazo.
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