Foto: José Kevo/Duarte 101
Empanadas, jugos, sandwiches, dulces, frituras, frutas frescas. Esto y más se puede conseguir en cualquier esquina de Santo Domingo, Santiago y cualquier otra ciudad dominicana. Se trata de puestos improvisados de venta de comida, muchas veces preparada ahí mismo, en una estufita que funciona a gas, en medio de la contaminación de vehículos y las moscas, que nunca faltan. O si no se trata de un frutero que pela sus frutas según la demanda, con un cuchillo que no se sabe si está del todo limpio.
En este país tan especial es una gracia para algunos decir que fue al puesto de jugos de la esquina, donde las moscas hacían fiesta encima de las naranjas, piñas y demás frutas usadas para su confección. Como para añadir un toque humorístico, hay quienes agregan que con el mismo paño que el juguero se seca el sudor limpia sus útiles de cocina.
Tan común es la venta callejera de alimentos, y tan común su consumo, que al parecer los dominicanos han desarrollado cierta resistencia a las bacterias causantes de infecciones gastrointestinales. De todos modos, hay por ahí estómagos delicados que no resisten estos embates, y esta gente muchas veces pasa a ser blanco de burlas de otros compatriotas que están más que acostumbrados a estas cosas.
Sin embargo, ahora que el cólera hace estragos en Haití y amenaza con llegar hasta aquí, el ayuntamiento del Distrito Nacional y la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) han tomado la decisión de sacar del mercado a aquellos vendedores que no reúnan las condiciones necesarias de higiene o que vendan alimentos que pudieran transmitir la enfermedad.
La gente, como era de esperarse, ha reaccionado con una mezcla de indiferencia e ignorancia: el periódico Hoy hace una reseña en donde varios ciudadanos confiesan saber del cólera, modo de transmisión y el peligro que encierran estas comidas. Aún así, como pudieron constatar los reporteros del periódico, terminaron comprando este tipo de comida, cosa que algunos justificaron diciendo que lo que no mata, engorda. Otros fueron menos dramáticos y dijeron que de algo se tiene que morir la gente. Conclusión: este es un asunto de cultura que será bastante difícil de cambiar.
Ojalá y tenga éxito el plan del ayuntamiento y la UASD. De paso sería de gran provecho que se regule de una vez por todas la venta ambulante de comidas, pues además de ser un peligro para la salud, la actividad entorpece y afea la ciudad.
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