David Petraeus y Paula Broadwell (Getty Images) |
De que todos tenemos algún secreto, no hay dudas. Hay gente que es muy buena guardando su secreto, mientras que otros son todo lo contrario. Hay gente que se maneja con sumo cuidado, otros parecen hacer hasta lo imposible por ser descubiertos.
El hecho de que la infidelidad del depuesto director de la CIA, David Petraeus, haya sido descubierto por un desliz de la alegada amante, Paula Broadwell, es una de las ironías más grandes de todos los tiempos.
¿Por qué? Sencillo: se supone que una persona que ocupa el lugar más alto dentro del organismo más famoso de inteligencia debe conocerse todos los trucos posibles para ocultar aquello que no desea que se sepa. Y en efecto, así era: Petraeus mantuvo su relación con Paula, nada menos que su biógrafa oficial, en secreto por más de un año, gracias al uso de una vieja técnica usada por espías para comunicarse sin dejar rastro.
Era algo muy sencillo: Petraeus había establecido una cuenta de Gmail bajo un pseudónimo a la cual ambos tenían acceso. Nunca enviaron un mensaje, todo se quedaba en la bandeja de draft o pendientes, de donde los mensajes eran borrados una vez habían sido leídos.
¿Qué pasó entonces? Nada, que al parecer los celos pudieron más. Paula se sentía amenazada por una tercera mujer. El problema ni siquiera era la esposa legítima de Petraeus, sino una ama de casa de la Florida, Jill Kelley, casada para colmo.
Paula mandó varios correos anónimos a Jill pidiéndole que dejara a "su hombre" solo, y eso desató la investigación que culminó en la desgracia de Petraeus. Qué irónico, ¿no?
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