Sí, en vez de estar escribiendo acerca de gente necia e impertinente debería dedicar el tiempo a cosas más productivas. Hoy es un día que ningún dominicano puede dejar pasar por alto porque marca el 51 aniversario del ajusticiamiento del tirano Rafael Leonidas Trujillo, la persona que por 30 años manejó los destinos del país a su antojo y cuyo legado aún vemos vigente en más de un sentido.
Todavía persiste en la sociedad dominicana gente que en secreto –y a veces no tan en secreto- desearía volver a los tiempos de la dictadura en el entendido de que había más orden y control en ese entonces. Este, conjuntamente con la institucionalización del estado y el pago de la deuda externa, es uno de los pocos aspectos positivos de la dictadura de Trujillo. Lamentablemente estas cosas positivas se reducen a nada cuando entran en juego los aspectos negativos del régimen, que fue notorio por una represión generalizada de las libertades y el egocentrismo de “El Jefe”, uno de los tantos títulos que identificaban a Trujillo.
Aunque en tiempos recientes se ha puesto de moda hablar de “dictadura” en referencia a organizaciones o personajes que parecen retener una cantidad importante de poder, esta es una forma errada de ver las cosas. Después de todo, es más peligrosa aquella persona que cuando finalmente logra acceder al poder que tanto anhelaba hace las cosas a su manera, sin consultar con nadie. Es más peligrosa aquella persona que estando en posiciones de poder humilla a quienes considera sus súbditos y establece un mecanismo de recompensas que va a la par con el grado de servilismo mostrado.
Tristemente estas actitudes abundan donde quiera que haya una relación superior-subordinado, ya se trate a nivel escolar, universitario o laboral. Abundan en este país (y fuera, pero quizás en menor proporción) los jefes que gustan de la adulación, que no se sienten bien si no le gritan a su personal al menos una vez por día, que no admiten que le lleven la contraria y que en general disfrutan de ver a su personal pasando trabajo. Eso, al menos aquí, es un vestigio de la Era de Trujillo.
Todavía persiste en la sociedad dominicana gente que en secreto –y a veces no tan en secreto- desearía volver a los tiempos de la dictadura en el entendido de que había más orden y control en ese entonces. Este, conjuntamente con la institucionalización del estado y el pago de la deuda externa, es uno de los pocos aspectos positivos de la dictadura de Trujillo. Lamentablemente estas cosas positivas se reducen a nada cuando entran en juego los aspectos negativos del régimen, que fue notorio por una represión generalizada de las libertades y el egocentrismo de “El Jefe”, uno de los tantos títulos que identificaban a Trujillo.
Aunque en tiempos recientes se ha puesto de moda hablar de “dictadura” en referencia a organizaciones o personajes que parecen retener una cantidad importante de poder, esta es una forma errada de ver las cosas. Después de todo, es más peligrosa aquella persona que cuando finalmente logra acceder al poder que tanto anhelaba hace las cosas a su manera, sin consultar con nadie. Es más peligrosa aquella persona que estando en posiciones de poder humilla a quienes considera sus súbditos y establece un mecanismo de recompensas que va a la par con el grado de servilismo mostrado.
Tristemente estas actitudes abundan donde quiera que haya una relación superior-subordinado, ya se trate a nivel escolar, universitario o laboral. Abundan en este país (y fuera, pero quizás en menor proporción) los jefes que gustan de la adulación, que no se sienten bien si no le gritan a su personal al menos una vez por día, que no admiten que le lleven la contraria y que en general disfrutan de ver a su personal pasando trabajo. Eso, al menos aquí, es un vestigio de la Era de Trujillo.
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