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A propósito del bicentenario de Duarte

Entre tantas exaltaciones que ha estado recibiendo el patricio Juan Pablo Duarte en los últimos días, con especial énfasis en el de hoy por marcar este su 200 cumpleaños, cabe preguntarse si realmente la gente tiene conciencia de lo que está resaltando.
 
Sin ánimo de restar méritos a los organismos del Gobierno que han organizado los actos conmemorativos este 26 de enero, los cuales han sido efectivos en mandar un mensaje positivo y en lograr la participación ciudadana a través de medios como Twitter, cabe preguntarse qué tanta conciencia se tiene del ideal duartiano, qué concepto se tiene de la dominicanidad y si realmente estamos honrando la promesa de mantener a la nación libre y soberana.
 
El proyecto de fundación de la República Dominicana no fue tarea fácil. Requirió de sacrificios personales. Requirió de poner la fe en otros hombres que juraron hacer lo posible por liberar al pueblo del yugo haitiano. Requirió de creatividad e ingenio para poder engañar al enemigo convincentemente. Pero más que nada, requirió de un deseo verdadero de independencia. Todo eso impulsó la aventura independentista que culminó el 27 de febrero de 1844 con el trabucazo de Mella.
 
Los que hemos leído la historia dominicana sabemos que Duarte, Sánchez y Mella recibieron un trato injusto cuando se hubo establecido la primera presidencia de la República, ya que fueron tildados de traidores. 169 años después los Padres de la Patria siguen recibiendo un tratamiento injusto por parte de un pueblo que por razones diversas ha olvidado su historia y no reacciona ante situaciones absurdas que ocurren justo bajo sus narices.
 
Es interesante que la República Dominicana lograra su independencia de Haití en 1844 y que ahora, casi 169 años después, estemos en una situación donde organismos internacionales, países e incluso algunos malos dominicanos piden a gritos la unificación de la isla.
 
La República Dominicana de hoy dista mucho del ideal duartiano. Aquí desde hace años los haitianos llegan sin dificultad alguna, ya sea porque se colaron por la frontera -que ha sido definida como porosa en varias ocasiones-, porque hay mafias en los puntos de entrada, porque vienen contratados de manera irregular o porque vienen en paquetes como parte de un nefasto comercio que se dedica a sacar provecho a la pobreza que padecen.
 
Esos haitianos vienen reclamando derechos, servicios y facilidades. Vienen reclamando una nacionalidad que no les pertenece. Hacen denuncias ante organismos que saben están de su lado. Logran el apoyo de hombres y mujeres que supuestamente trabajan para Dios. ¿Y qué hacemos nosotros? Escuchar a las partes, negociar y, tristemente, ceder ante la presión, lo cual va en detrimentro de nuestra cultura, de nuestra identidad y de nuestra economía. Cuando aparece algún valiente que insiste en no dejarse pisotear y hacer valer nuestros derechos como nación soberana aparece otro que lo descalifica, usualmente de mayor rango.
 
Quiere decir entonces que ese ideal duartiano que se ha estado repitiendo en estos días realmente no se honra ni se cumple. El Juramento Trinitario claramente establecía que el propósito era la separación definitiva del gobierno haitiano para implantar una nación libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera. Hace casi 169 un grupo de valientes logró ese objetivo. Lo menos que podemos hacer es mostrar agradecimiento retomando esos valores y revirtiendo un proceso que lentamente ha ido surtiendo el efecto contrario.

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