A todos nos ha pasado alguna vez: insistimos en aferrarnos a algo, por temor al cambio, porque nos sentimos cómodos así o porque simplemente no concebimos que las cosas cambian a través del tiempo.
Este tipo de situaciones no solo se da a nivel personal, sino a un nivel macro, más generalizado. Es lo que está pasando con las relaciones comerciales entre República Dominicana y Haití.
Habrá quien piense que estoy trivializando un tema de importancia, pero no es así. Simplemente lo estoy comparando con una situación con la que cualquiera de nosotros se puede relacionar para facilitar el entendimiento.
En múltiples ocasiones ha habido situaciones tensas con Haití, ya sea por un asunto comercial, diplomático o migratorio. Por razones históricas, esta tensión se manifiesta de muchas formas, casi siempre jugando un papel de primera importancia la carta racial.
Llevamos todos los años del mundo oyendo el mismo argumento: que somos racistas, que maltratamos a los haitianos, que los tratamos como esclavos, que les negamos sus derechos básicos, y un largo etcétera. República Dominicana ha tenido que comparecer ante organismos internacionales para defenderse, con muy poco éxito, dicho sea de paso, y en general lleva todas las de perder en su relación con Haití.
Podrá alegarse que los haitianos aportan mano de obra barata y en general suplen unos trabajos que pocos dominicanos están dispuestos a hacer. En alguna ocasión en este mismo blog sugerí que se paguen salarios más dignos para que los dominicanos se motiven a hacer esos trabajos. Es una idea de lo más lógica pero que de seguro no encuentra apoyo por el tema de competitividad, que lamentablemente está basada a nivel mundial en explotar al más necesitado con suelditos de miseria y condiciones espantosas de trabajo.
Obviando los alegatos que pudieran surgir, una cosa es segura: la relación entre RD y Haití es bastante desigual. Se estima que hay más de dos millones de haitianos residiendo aquí, una buena parte de ellos de manera ilegal. Traen enfermedades, malas costumbres y toda su pobreza rastros. Entonces, la otra cara de la moneda es que cada vez que tienen chance, las autoridades haitianas se burlan de nosotros, y hasta nos humillan.
El episodio de los pollos prohibidos, por ejemplo, fue algo que no solo afectó el comercio de ese renglón de productos, sino que nos puso en aprietos porque se alegó que había gripe aviar en territorio dominicano cuando en realidad no la había. Ahora con el tema de los plásticos, el argumento no puede ser más risible: dizque para proteger el medio ambiente.
Siendo el caso que los haitianos viven cortando y quemando árboles para hacer carbón, que tiene la mayor parte de su suelo desértico y que viven tirando desechos al río Masacre, ¿cómo es que vienen a hablar de medio ambiente? La excusa, además de risible, tiene un trasfondo de burla y saña que no debe ser obviado por las autoridades dominicanas.
Hasta cierto punto, estos últimos acontecimientos son una provocación, y lo peor que podemos hacer es caer en ese gancho. Hay que recordar que Haití tiene todo su derecho de cortar las relaciones comerciales con este país. Si negociando no se llega a ningún acuerdo, entonces lo saludable es nosotros como país continuar nuestro camino buscando mercados alternativos y buscando otras formas de encaminar e impulsar los negocios que se han visto afectados por las decisiones de Haití.
Nada hacemos llorando o dando lástima, sobre todo que eso es probablemente lo que ellos quieren. Entiendo que es difícil asumir esta postura, así como resulta difícil hacerlo en la vida personal, pero es un paso necesario. Algunas cosas pasan por algo, y a nosotros es que nos corresponde buscarle el sentido positivo.
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