La gente es la misma en todas partes, y eso se puede comprobar de muchas formas. Por ejemplo, cuando una persona cambia de trabajo a menudo se hace expectativas con respecto al ambiente laboral y la calidad humana y profesional de los que allí trabajan. Puede ser que durante los primeros días se mantenga la fantasía, pero al cabo de unas semanas se harán evidentes los patrones que suelen repetirse en todos lados: gente que se arrima de otros, gente limpiasacos, gente envidiosa y un largo etcétera.
A veces hay gente que va más lejos y decide no cambiar de trabajo o de sector, sino mudarse de país. Luego de establecerse en ese otro país se da cuenta de que se repiten los mismos patrones que vio en su país de origen: gente mala, gente buena, envidiosa, educada, maleducada, arcaica, moderna, etcétera. ¿Por qué? Porque la gente es esencialmente gente, y ha quedado demostrado una y otra vez que es más fácil hacer lo indebido que hacer lo correcto.
Ser organizado, consecuente, responsable, puntual, emprendedor, visionario, proactivo y pensante son cosas que requieren de esfuerzo, concentración y capacidad. Es mucho más fácil ser reactivo, esperar a que las cosas pasen, hacer las tareas a medias y vivir desorganizadamente. Lo peor del caso es que las buenas cualidades mencionadas más arriba no garantizan nada. Se puede ser todo eso y más y no por ello se tendrá éxito en la vida. Es entonces cuando observamos que gente sin ningún talento pero con mucha facilidad para mercadearse o robar ideas triunfa por encima de otros que sí tienen talento y que respetan derechos de autor.
Viendo esa clase de cosas es fácil frustrarse y hasta meterse a sinvergüenza, pero cuando se tiene una sólida formación dar ese paso ni es tan fácil ni resulta placentero o satisfactorio.
En definitiva, la gente es gente. Lamentablemente la sociedad en conjunto y a nivel global ha evolucionado hacia patrones de comportamiento menos exigentes y es por eso que vemos tantas cosas raras e indebidas.
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