Vivimos rodeados de engaño, aún a lo interno de nuestros círculos íntimos. La gente, cambiante como es, raras veces presenta su verdadera cara, y esta es una realidad que aplica con nuestros seres queridos más cercanos, aún cuando no lo queramos ver así.
Imagen: monologos.com |
¿Cómo es realmente la gente? No se sabe, en verdad. Casi todos somos expertos en mostrar nuestra mejor cara, aún cuando por dentro nos estemos muriendo o tengamos deseos de hacer daño a nuestro interlocutor del momento. El ser humano, por un asunto de conveniencia y sobrevivencia estratégica, ha sabido perfeccionar el arte de fingir, clave del éxito de mucha gente que, de paso, ha eliminado valores como la lealtad o la ética para seguir avanzando.
Dicen siempre, en base a un pasaje de la biblia, que de las aguas calmadas es que hay que cuidarse. Suele aplicarse esta idea precisamente a la gente, y con toda razón: hay gente que da la apariencia de ser apacible, servicial y agradable, pero entonces son todo lo contrario. En contraste, gente que aparenta ser odiosa y con mala cara demuestran a la larga tener cualidades opuestas a esas que externan en el día a día.
¿Cuál es la mejora forma de lidiar con gente? No hay un manual que explique eso, pero, sobre todo en ambientes laborales, es recomendable tomar en cuenta el hecho de que las apariencias engañan. ¿Por qué? Simple: nunca se sabe con quien cometemos un error de juicio en base al carácter expresado.
¿Cuánta gente por ahí no ha confundido al manso con el cimarrón? ¿Cuánta gente no ha cometido el error de confiar en gente que termina siendo el peor de los correveydiles? En el ámbito laboral esos errores pueden salir muy caros, y por eso lo mejor es permanecer en su lugar y cuidarse de hacer comentarios que pudieran ser tergiversados y usados luego para hacer daño.
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