Por ego, vanidad o lo que sea, a la mayoría de la gente le gusta dirigir más que ser dirigida, y eso es algo que trae problemas a lo interno de toda clase de organizaciones, sobre todo aquellas donde no se han definido claramente los roles y las líneas de mando.
En estructuras débiles, donde cualquiera puede opinar y donde cualquiera se autoproclama jefe, son muchas las situaciones irregulares que se dan, la mayoría de ellas como una consecuencia directa de ese afán innato que tienen todos de dirigir la orquesta.
Este es un círculo vicioso que empieza más o menos de esta manera: se establece la alta gerencia, cada cual en teoría con un conjunto de responsabilidades asignadas, aunque ninguna de ellas establecida por escrito o socializada al resto del personal.
En este escenario, con cada problema que surge a niveles inferiores, viene alguien de la alta gerencia y toma decisiones por su cuenta, sin consultarlas con su superior o sin compartirlas con sus iguales. ¿Qué pasa entonces? Nada. Que cuando el mandamás se da cuenta de que las cosas no están a su gusto, llama directamente, reparte boches y exige las cosas como él considera. De nada sirven las explicaciones porque simplemente no las va a escuchar. En este punto es sólo ejecutar, y ya.
Viene entonces una segunda parte a esta situación, que es la que los empleados comunes sufren: la averiguadera. ¿Quién mandó a hacer esto? ¿Por qué? ¿Con qué derecho? Sucede en la mayoría de los casos que el empleado de turno tan solo cumplió con lo solicitado, muchas veces haciendo cosas que a su entender eran absurdas pero que han sido solicitadas por instancias superiores.
¿No sería todo más fácil de la misma alta gerencia saliera un documento para uso interno donde se definan pautas, donde es establezcan funciones y donde se identifiquen claramente las líneas de mando y las relaciones interdepartamentales? Obviamente la respuesta es sí, y aunque se trata de algo lógico, es algo que poca gente está dispuesta a implementar porque siempre hay intereses de por medio y hay gente que en medio del desorden es que obtiene sus ganancias.
¿Cómo avanza una organización que no sabe ponerse ella misma en orden? Es imposible. El recibir órdenes de diferentes instancias que se autodefinen como "la voz autorizada" es un problema grave y muy común, uno que trae consigo muchas consecuencias negativas que al ser señaladas o sorprenden o generan rechazo.
En un ambiente de este tipo no es raro que la gente se sienta incompetente, impotente y sin deseos de hacer nada. Tampoco es raro que surjan situaciones con frecuencia que fácilmente pueden ser evitadas o superadas con un poco de coordinación y establecimiento formal de funciones.
Es una paradoja muy grande ver que las organizaciones trabajen en desorden, pero esta realidad es mundial.
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