Para quienes no se han dado cuenta, hace rato entramos en el segundo año de la pandemia, y todavía nadie tiene la fórmula para lidiar exitosamente contra un virus camaleónico que cuando parece estar bajo control viene y ataca con variantes salidas de la nada, cada una más nefasta que la anterior.
Basta con leer las noticias para darnos cuenta de que el mundo sigue en crisis, desde Japón hasta Reino Unido, y mientras esto ocurre se insiste en la importancia de unas vacunas que la mayoría de la gente mira con recelo debido a la rapidez con que se desarrollaron y una serie de reportes de efectos secundarios que en ocasiones pueden ser fatales.
Sí. Segumos bajo dominio de la COVID-19, y lo peor de todo es que nosotros como sociedad aún no aprendemos a convivir con un virus que amenaza con formar parte permanente de nuestra experiencia de vida.
Algo que ha hecho mucho daño en este aspecto es la propaganda en torno a las vacunas, pues si bien estas NO PREVIENEN CONTAGIO, autoridades de todo el mundo las presentan como la salvación, llegándose a prescindir por mandato oficial (en algunos países) del uso de mascarillas y relajando peligrosamente las normativas de distanciamiento social... todo hasta que vuelven a subir los casos y se obliga a la gente a aislarse nuevamente para contener la situación.
No nos podemos pasar la vida entera en estado de emergencia y con un toque de queda permanente que no solo coarta libertades, sino que no resuelve nada a la hora de evitar contagios por COVID-19. Sin embargo, en países como República Dominicana, este es el jueguito que juegan las autoridades, demostrando una mezcla de improvisación e incompetencia con cada decreto y medida emitida al respecto.
Desde el punto de que vista de que un toque de queda reduce las horas hábiles para hacer diligencias fuera del hogar, esta es una medida que contribuye a mayores aglomeraciones de personas en lugares como bancos y supermercados, anulándose así el propósito original de su imposición.
Aun cuando esta realidad salta a la vista, aumentar el toque de queda es la primera medida en aplicarse cuando los casos están en aumento, sin detenerse las autoridades a analizar las causas del pico, entre las que se pueden contar laxitud de las propias autoridades, falta de supervisión de protocolos y mecanismos impuestos, mala comunicación institucional, descuido poblacional -sobre todo después de aplicarse la vacuna- y falta de conciencia a varios niveles.
El gobierno dominicano ha centrado sus esfuerzos en enviar un mensaje urgente de VACÚNATE, pero entonces el proceso no ha sido ni transparente ni informativo. Peor, hasta hace poco no se habían habilitado puntos populares de fácil acceso para el grupo demográfico de menores recursos, grupo que es normalmente acusado de promover los contagios al no acatar órdenes y hacer fiestas masivas en las calles de sus barrios.
Lo peor de la propaganda de VACÚNATE es que no se ha educado a la gente respecto a lo que implica vacunarse, pues se tiene la falsa creencia de que recibirla implica inmunidad. Desafortunadamente, COVID-19 no funciona así. Por si no fuera suficiente, hay una presión que ha venido acompañada de propuestas fantásticas que buscan castigar al que no se ha vacunado para obligarlo a ello, efectivamente apostando al ostracismo si fueran a aplicarse.
Más que insistir en vacunarse y poner toques de queda medalaganarios, las autoridades deberían analizar la situación, dar estadísticas reales de los contagios -nuevos y viejos- y estudiar las posibles causas por las que ha habido un rebrote tan grande en los últimos días. No toda la culpa recae sobre la población: antes de llegar a este punto hubo mucho desatino de parte de quienes se supone deben manejar la situación. Con improvisación e incompetencia no llegaremos a ningún lado.
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