Vivimos tiempos modernos, hiperconectados y con orientación social. Todo se publica en redes, todo se sabe, todo se comparte. Lo bueno y lo malo. Quejas y alabanzas. Hay cosas superficiales y profundas que compiten por atención, ganando usualmente la primera.
La gente está absorta en sus pantallas. Nadie se concentra, nadie retiene, nadie está realmente presente. En los trabajos las cosas pasan por inercia: la gente está en estado permanente de default, programada para hacer las mismas cosas a la misma hora, sin entusiasmo ni pasión.
Imagen: dzzydmb |
Fuera de esos mundos controlados, la gente anda haciendo lo que le da la gana. El extremismo es una nueva forma de vida representada por modas extravagantes, a veces inexistentes, exceso de candidez en medios, escándalos gratuitos para sonar en el medio, indiferencia de las autoridades y actitud desalmada en lugares donde lo menos que se espera es compasión.
Los servicios, pese a tanta modernidad, no sirven. Se gasta dinero en plataformas e imagen y al final nada sirve: hay que ir a resolver de la manera antigua, con el agravante de que el tiempo ya no da.
¿En que se va el tiempo? En nimiedades. Se va en chats insulsos, en tonterías sociales, en cháchara sin sentido, en tapones, en resolver problemas de terceros y en aguantar las idioteces de otros.
La humanidad, quizás por tanta tecnología rápida a su alcance, se ha embrutecido. Ya la gente no escribe a mano, no memoriza teléfonos ni hace cálculos matemáticos mentales. Es más, ya que ni se dibuja a mano. Todo electrónico, todo automatizado, todo autónomo. Hasta el placer de manejar, que ahora mismo va entre comillas, nos lo quieren quitar.
Y al final, ¿para qué? Entre comida tóxica, guerras sin sentido, el negocio de la medicina, religiones tontas y viejas creencias nos están matando. El mundo cada vez peor, cada vez menos verde, pero a nadie le importa. Se descubrieron unos planetas ahí, y quizá alguno sirva de sustituto para ir y acabarlo también sin la menor misericordia.
Hay gente que cree estamos en los finales, una vieja creencia que se repite en cada década, con la diferencia de que esta vez, al menos a nivel de percepción, el tollo es más grande que nunca. Cuando nada funciona, ¿qué se puede hacer? Llorar no es la solución, patalear tampoco. Solo queda ir con la corriente, sabiendo que no llevará a nada bueno. Deprimente.
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